Las reformas de la salud, pensiones y laboral deben, para su aprobación -dadas sus connotaciones y gran espectro- ceñirse a un principio: el consenso. Es imperativo que respondan a un gran acuerdo político y social. De lo contrario, todo puede salir mal.
Las reformas las necesita el país, pero el enfoque que tienen es de regreso al pasado, no. Huelen a nostalgia, a esos tiempos sólidos a lo Zygmunt Bauman, donde las cosas permanecían y no cambiaban cuando, hoy día es al contrario, varían, fluyen, son cambiantes, mutan porque el futuro va más rápido de lo que crees (ChatGPT es una prueba más) y las reformas deben, entonces, aprender del futuro, es decir, anticiparlo, provocarlo o prevenirlo y hacer prospectiva, pero no lo hacen. Van en contravía de ello.
Las reformas no le dan cabida al futuro y se aferran, desesperada e ideológicamente, a un mundo, el del siglo XX, que ya no existe y tampoco era mejor que el que tenemos hoy.
He ahí su gran problema, como también lo es, su fondeo. La de salud es de fondo abierto y por tanto, financieramente insostenible, puede ser un barril sin fondo; la pensional pone en calzas prietas las finanzas de la Nación y la laboral, ni formaliza, ni mejora la productividad, ni genera nuevos empleos, sino todo lo contrario.
Y si el gobierno echa mano del lentejismo, es decir, el intercambio de puestos y contratos por votos para aprobarlas, la jugadita puede devolvérsele como bumerang. No hay que olvidarse de la Yidispolitica ni de la indignación que ello genera.
Otro gran problema es que, en el gobierno, creen que siguen en campaña. Siguen usando -siendo gobierno- métodos de campaña, por ejemplo, la polarización que sirve en otro momento, en el electoral.
La polarización es útil en elecciones porque, tal y como afirma Antoni Gutiérrez Rubí, simplifica (lo complejo); moraliza (divide en buenos y malos); identifica (nosotros y ellos); moviliza (a por ellos); justifica (a defenderse); intimida (a los que dudan) y atrae (a los decepcionados) pero no para gobernar. Además, así, no se reeligen los gobiernos. Pasó con Trump y Bolsonaro.
Además, la polarización es un instrumento que si se usa, siendo gobierno, coloca al país en una situación inconducente.
La estrategia de la polarización funciona para las elecciones porque en ella se representa una amenaza, la de contrario; pero es nefasta para gobernar porque dinamita los puentes e impide los consensos y eso es precisamente lo que requiere las reformas para que no suceda lo que Alejandro Gaviria denomina la inacción destructiva, es decir, mientras no haya acuerdos, nada pasa, nada se aprueba y, entonces, lo que funciona comienza a destruirse, por ejemplo, los ecosistemas de energías fósiles, el de salud, el agroindustrial.
Al gobierno hay que recordarle que el presidente lo es de toda la nación y no de un partido, ni de una coalición ni tampoco de unas mayorías electorales.
Por Enrique Herrera