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Alejandro Durán, de El Paso a Planeta Rica

Gilberto Alejandro Durán Díaz, más conocido como Alejo.

La afortunada biografía de Alejandro Durán escrita en el año 1989 por el prestigioso abogado cordobés José Manuel Vergara nos permite conocer algunas precisiones sobre el día que el salió de El paso para no volver a vivir en su pueblo nunca más. Fue el 4 de agosto de 1949 cuando temeroso pero decidido se embarcó en la lancha de la hacienda Las Cabezas, en el puerto del río Ariguaní para más adelante tomar el Cesar y cruzando el Magdalena anclar en Mompox, donde su amigo Germán Piñeres lo esperaba para el festejo de la fecha de la independencia el día Siete de Agosto. Después de tres amanecidas parrandeando navegó hasta El Banco y allí embarcado en el vapor Santander muy orondo llegó hasta Barranquilla donde rápidamente hizo contacto con don Víctor Amórtegui, un importante grabador de discos, quien ya le había presando acetatos a Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez y a Luis Felipe Durán, su hermano mayor.

Instalado en Barranquilla quedaron atrás los recuerdos de su pueblo, sus amigos, los besos de la chimichagüera Fidelina, su primer amor de ardorosos encuentros en las playas de amor de la piragua, los consejos de su madre, la soga de enlazar y los aparejos de capataz de la hacienda. Sólo trajo consigo una pequeña maleta y un acordeoncito de dos teclados que en adelante sería arma y escudo para abrirse paso en la vida como músico, que era lo que le insinuaba el corazón.

Todos los barcos y lanchas que llegaban a esta ciudad arribaban a la intendencia fluvial y cercana a esta funcionaba la cantina La nave, famosa en la época por ser sitio de encuentro de marineros, aventureros, madereros, músicos y bebedores, donde siempre alternaba con la rockola de la intendencia algún juglar de los tantos que iban y venían por el río. Allí se conoció Alejo con personajes y colegas del acordeón que contribuyeron a que su nombre y sus cantos viajaran por todos los pueblos de la costa.

Luis Enrique fue su mejor amigo y en su compañía realizó las primeras correrías hasta los pueblos ribereños del sur de Bolívar, pero teniendo como sede a la arenosa. Allí cuando no había movimiento con el fuelle trabajaba como ayudante de mecánica en el taller de su amigo José Bequis. Después de sus primeras escaramuzas discográficas con Amórtegui se vinculó a la fábrica de discos Atlantic, donde grabó una de sus primeras composiciones que surgió en El Paso en vísperas de su salida. Es el paseo el viaje:

Yo tengo un viaje, yo tengo un viaje
Yo tengo un viaje, de maravilla
Y tú lo sabes, y tú lo sabes
Directamente pa’ Barranquilla

En una de sus cruzadas ribereñas, tocando un baile en El Yucal, un pueblo cercano a Calamar (Bol.) conoció a una porcelanita morena llamada Josefina Salas, que fue la mujer a quien llevó al altar, ante la oposición de los padres que le reprochaban casarse con un músico que además de negro era feo. Se casaron en Barranquilla en 1952 y él se radicó con su morenita de encanto en El Yucal.

Pero la morenita no sabía en la que se estaba metiendo ya que los discos del negro Alejo comenzaban a hacer huella y este era requerido en los pueblos de la comarca para amenizar cualquier tipo de festejo, principalmente en las fiestas patronales y carnavaleras, donde hacía nuevos amigos y echándole el ojo a una cadera risueña prolongaba el regreso al hogar, lo que fue creándole incertidumbres al corazón de Joselina. El Yucal era un pueblo estático socialmente y la pareja decidió por iniciativa de Alejo irse a Magangué, un punto que ebullicionaba en comercio y actividad musical, donde las oportunidades abundaban. Las giras por los pueblos del río no cesaban y remontando el Cauca fue el juglar dejando su rastro con canciones a los amigos y a las enamoradas que sucumbían al embrujo de su acordeón.

Casi tres años en Magangué aguantó Joselina las largas ausencias de su marido y cualquier día levantó el vuelo y sin dejar rastro desapareció. Durante ese tiempo mantuvo Alejo un fogoso romance con la negra Chola, la misma de las nalgas estatales en Altos del Rosario, un pueblo en el sur de Bolívar, donde al despedirse para seguir rodando tierra nació el son que lleva éste nombre.

Lloraban los muchachos, lloraban los muchachos
Lloraban los muchachos al ver mi despedida
Yo salí del Alto, yo salí del Alto
Yo salí del Alto, en la Argelia María

Al quedar solo en Magangué se trajo de compañera a Irene Rojas, la del 039, a quien enganchó en una fiesta de Toros en Montelíbano. El cuento de las andanzas, los viajes y las ausencias siguió y dos años después la dama regresó a su terruño y el recalando en los pueblos de lo que es hoy Sucre y Córdoba fue marcando la ruta que lo llevaría hasta Montería. Dos amigos, el paseo que compuso en San Juan Nepomuceno, Maruja la de Ovejas, la hermana de Guillermina en Palmito, y Atardecer sinuano dibujaron el recorrido hasta la capital cordobesa. Tras dos años de ajetreo seducido por la niño Guillo en Sahagún se quedó allí en esta población casi siete años al final de los cuales vino a parar el recorrido a Planeta Rica, donde Gloria Dussan lo aquietó y se quedó para siempre. En este sitio compuso el paseo El perro negro, viva crítica a su amigo Lucio Paternina sobre situaciones que generaban comentarios punzantes entre la gente de Planeta.

En Planeta un perro negro
Tiene a la gente asustada
El recorre todo el pueblo
Se pierde en la inmaculada

Antes del Festival Vallenato, en Valledupar era prácticamente desconocido, y aparecía esporádicamente para parrandear con su amigo Víctor Julio Hinojosa en Patillal, donde le cantó a Joselina Daza con la complicidad de su acordeón enamorador.

Oye Joselina Daza
Lo que dice mi acordeón
Yo no sé lo que te pasa
Con mi pobre corazón

Desde Planeta moviéndose por los pueblos del entorno, Ayapel, Rusia, el pueblo que se incendió demarcó el mapa geográfico que Alejandro Durán dibujó con las notas de su acordeón al mejor estilo juglaresco y siguiendo su brújula aventurera recorrió los sitios más distantes del gran Caribe, desde aquel lejano día que dejó su terruño y todo abandonó por esa imperiosa necesidad espiritual de ponerle música y poesía al camino real de su vida.

Por Julio Oñate Martínez / EL PILÓN

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