“…Este recibe a los pecadores y come con ellos”. San Lucas 15,2
¿Qué actitud debemos asumir los seguidores de Jesús hacia nuestros semejantes? Jesús demostró compasión por toda clase y condición de personas, aún por aquellos a quienes la sociedad rechazaba y despreciaba: Niños, ciegos, mujeres, leprosos, enfermos y muertos.
Dentro de esa larga lista de desechables, también están los publicanos y pecadores, deshonestos e inmorales. Jesús no esperó ser invitado a la casa de Zaqueo, convocó como apóstol a Leví.
Les brindó su amistad y tocó a los intocables, su misión fue: ¡Buscar y salvar lo que se había perdido!
Defendió su política de amor con parábolas y metáforas, se comparó con un médico que sana a los enfermos. Con un pastor que ha perdido una de sus cien ovejas. Con una mujer que pierde una de sus diez monedas.
Con un hijo perdido que regresa y es esperado por su padre. Esta actitud de Jesús podría resumirse en la palabra: ¡Gracia!
¿Cuál es la actitud de la Iglesia contemporánea hacia los de afuera? ¿Nos sustraemos o nos identificamos con ellos? La Iglesia se presenta austera, severa y no acogedora, satisfecha consigo misma y condenando severamente a los demás.
Se da la impresión de que la iglesia es para los santos y no para los pecadores.
La Iglesia no debe ser un recinto para los impolutos e impecables, no es un museo donde se exhiba orgullosamente la espiritualidad; sino un lugar de restauración donde los heridos, enfermos y desamparados por el pecado encuentren refugio y reposo.
No se debe vivir una vida de reclusión religiosa, aislados de nuestros semejantes y de la realidad del mundo.
La Iglesia es el método de Dios para traer alivio y socorro al agobiado, cuyos hombros está cargados por el peso mismo de su existencia.
No estoy hablando de responsabilidad social como si la Iglesia fuera una empresa mercantil o de la teología de la liberación con su énfasis social; pero sí rescato que, la Iglesia debe ser un instrumento de justicia y restauración para recomponer el tejido social de nuestra sociedad.
Dios se preocupa por las personas, por su relación con ellas y por su destino eterno.
Amigos: El Dios que adoramos ama a los que no se lo merecen, no se mantiene a la distancia, ni rehúsa identificarse escondido en la inmunidad segura de su morada. Jesucristo se identificó con nuestra humanidad, brindó su amistad a los despreciados, se humilló para servir a los necesitados, lavó los pies de sus discípulos, jamás se retractó de una situación difícil y finalmente, llevó sobre el madero nuestros pecados y nos quitó la maldición.
El corolario es: “Como me envió el Padre, así yo los envío”. ¡Seamos canales de bendición a otros!
Abrazos y muchas bendiciones…