X

Al son de un vallenato: ‘El testamento de un bohemio’

No hace mucho tiempo escribí en unas de mis columnas semanales titulada “No pueden ser diferentes”, para referirme a un par de amigos, que como hermanos a través del cariño de nuestros padres, pioneros de la música de todos como la vallenata, nos formamos a través de esa música y de ese folclor en donde estos hermanos alcanzaron la gloria para sí, como para su entorno, al que le han dado la relevancia necesaria para mostrarse como región de pujanza, de sentimientos, de afectos y que con manifestaciones profundas de una voz, de un acordeón y múltiples composiciones lo vienen desarrollando; y yo alcancé el honor de estar dentro de ellos, de sus afectos, como persona simple, de corazón tal vez simple, con una razón aún más simple, pero formada por la razón que nos guía hacia la raíz del entendimiento, que dignifica al verdadero ser humano, lo cual me mueve a manifestarme a través de estas notas, que simplemente no son más que una respuesta muy simple a la última voluntad de uno de ellos, Emiliano o Emilianito como por cariño le llamamos, que no es mi voluntad, la cual coincide con la de él, sino la voluntad de un pueblo que alivió su tristeza con el sonido de una acordeón mágica que salía y aún sale de sus mágicos dedos impulsados por sus sentimientos populares y amor por su gente.

Es imposible atajar a una mole enardecida donde la emociones y sentimientos predominan sobre cualquier determinación individual. No es nada fácil de controlar en ninguna de las actividades de la vida.

No estoy de acuerdo con algunas determinaciones de algunas personas, pero las respeto; tampoco confundo en las personas la bipolaridad que les transforma rápidamente las tristezas en alegrías y las alegrías en tristezas en un abrir y cerrar de ojos, como tampoco confundo los sentimientos profundos de un amigo como Emiliano con el cual he compartido lágrimas, como él los ha compartido con su “hermano con quien ha batallado para poder vivir”.

Yo cuando escuchó su triste acordeón también quisiera morir y quisiera llorar y escanciar muchas copas llenas de licor y no quisiera un pueblo entusiasmado con tantas noches también sin poder dormir por el hechizo de unas notas transportadas a lo sublime, pudiera quedarse con las manos quietas sin poder manifestarle su último adiós, que no puede ser menos que con el arpegio inconfundible de su música y de sus canciones para elevarlo a la gloria de Dios, y yo también en mi soledad del silencio, desde cualquier lugar de las danzas fúnebres, bajo el peso de las lágrimas y de mi propia tristeza, pueda expresar con palabras entrecortadas por mis emociones: que se haga la voluntad del pueblo que no es solo más que la infranqueable voluntad del pueblo y en vez de lanzar sus cenizas al río como él lo ha pedido las lanzaría al viento para que las lleve y las traiga el viento y así permanezcan refrescándonos todo el tiempo su música, en especial para un pueblo que se robó su cariño y que por nada lo entregaría; por ello en ese día, será imposible que cada lugar por recóndito que sea, no suenen acordeones, retumben las cajas y el estridente sentir de las guacharacas para afinar un ambiente de despedida inevitable a un ser que ha forjado a su región lejos de los valores negativos de una sociedad indiferente al amor y a la bondad a través de sus canciones y de su música.

¡Lo siento, mi hermano! Y por si acaso yo no muero primero, el día de tu muerte, en mi casa resonará tu acordeón con todas tus composiciones y estoy seguro que un pueblo que tiene muchos más sentimientos que yo, aparecerá inatajable en tus honras fúnebres con manifestaciones sorprendentes de música y folclor que tanto te has merecido. ¡Nadie puede evitar lo inevitable!

Me preocupa decirte que, para amigos como yo, y mucho menos para un pueblo, tu testamento pueda ser respetado, pues somos débiles ante las emociones que muchas veces nos rapta la razón. Sé que tienes temas en tu pensamiento para hacer composiciones que te han llenado de orgullo, por ello: ¡tu acordeón y tú, serán eternos!

Entiendo que escribiste un testamento y lo respeto, también entiendo los versos de Tu Valle querido, cuando dices: “Simón Bolívar me enseñó a comprender, que el hombre debe pasar a la historia, y que mi muerte contribuya también, para que cese la violencia en Colombia”.

Entonces, quienes escriben versos como estos, jamás podrán pasar desapercibidos de cualquier intensa manifestación de un pueblo que se desvive por sus músicos y compositores de verdaderos sentimientos humanos.

Terminé diciendo en ese escrito de entonces, refiriéndome a ti y a tu hermano Poncho: La vida de ustedes, no solo es de ustedes, es de todos nosotros también, por tal motivo hoy no sé si se podrá respetar tu último deseo. Al pueblo lo que es del pueblo.

Hoy me tomé, nuevamente, la vocería de todos tus amigos para escribir estas notas, porque siento que antes que nos abandonen los años viejos en la lucha contra la muerte, hemos de decirles a los Hermanos Zuleta: “Vuelvan de la mano a sus viejos tiempos”, que el folclor los necesita y nosotros sus amigos quisiéramos verlos juntos otra vez, alegrando la vida de la tierra que los vio nacer y así seremos “notarios” en la firma de tu testamento.

Fausto Cotes Núñez

Categories: Columnista
Fausto Cotes: