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Al poeta Fredy Molina

Fredy Molina.

Guarda mi alma un silencioso requiebro porque no está con nosotros el cantor de este pueblo.

Tu Fredy Molina, en esta navidad, nos acompañas con Octavio desde la eternidad. 

Allí has conseguido brisas con San Lorenzo para que eleven sus cometas los niños pobres del pueblo.

Te fuiste Fredy sin despedirte de La Malena tu eterna novia. Y cuentan las abuelitas una leyenda: 

Que por las noches, te han visto asomar en medio de las estrellas, y que ella La Malena, aprisiona y acaricia tu rostro entre sus casimbas que son fraccionarios espejos incrustados en la arena.

Y que en las noches del 15 de octubre allá en Villa Rueda, patria del cacique Betoma. 

Se oyen tocar en dirección de la Firma, unos dobles tristes que al alma acongojan; dicen que salen de una piedra llamada La Campana. Que allí escondida entre los matorrales, aún recuerda entristecida y estupefacta, el día y la hora en que la vida de Fredy agonizaba.

Fredy: en las alas de las avionetas quedaron tus sueños de fumigador frustrado.

Fredy: tu sigues presente en los juegos al escondido con tu hermana Olguita, en los saludos que mandabas a tus hermanos, en el corazón de tus padres, en los nidos abandonados, en el fuelle empolvado de tu acordeón, en el danzar sereno de los trompos que cuando pequeño absorto contemplabas, en el asientico de cuero que llevabas a la escuela, y en las cuerdas de tu guitarra.

Tu sigues presente en la sonrisa blanca de La Nevada, en las nubes de algodón que la acarician y que enjugan sus lágrimas; en las miradas enamoradas, que la luna envía de noche, al Cerro de las Cabras.

Tu sigues presente en la cabeza blanca de la abuela Julia Hinojosa, Retazo viviente de nuestra historia; en el silencio de los caminos, en la soledad de las sabanas, en la altivez de los cardones, en la sombra amable de los higuitos, y en todo lo bueno y lo bello, porque tu fuiste amor y poesía, y el amor y la poesía nunca se acaban.

Tu sigues oculto en el poporo de los indios Malayos, en sus carrizos y en sus maracas, en el corazón de Gustavo Gutiérrez, tu primo hermano del alma.

Sigues presente en las inmortales rancheras, en el camino del cacique Sabatá.

En la canción del indio desventurado, en Surivaca la madre del río Sokuiwa o Badillo, y en el disco 039, que entregaste a mamá ‘Icha’ cuando niño ¨diciéndole: ”Pa beber con él, cuando sea un hombrecito” 

Por Ruth Ariza Cotes/especial para EL PILÓN

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