El Premio Nobel de la Paz es otorgado anualmente por el Comité Nobel Noruego, conformado por cinco miembros seleccionados por el Parlamento noruego. Los otros premios Nobel los conceden en Suecia, país donde nació Alfred Nobel, el creador de tan importantes enaltecimientos.
A los ilustres integrantes del respetable Parlamento noruego les dirijo esta columna, implorándoles que en el reglamento del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz, incluyan un articulito que proscriba entregarlo a quien lidere el proceso de paz en Colombia, pues con esto evitarían el recelo (léase envidia) entre los políticos colombianos, porque se acabaría la posibilidad de que alguno de ellos llegue a recibir tan prestigioso premio que catapulta a su ganador a la posteridad.
Señores parlamentarios noruegos, a pesar que uno de los mayores problemas de Colombia es su conflicto armado, nunca falta la envidia en su gente, especialmente en la dirigente, que con tal de impedir la gloria eterna de sus contrincantes prefiere vivir en la guerra que se matan los compatriotas y también caen los niños, los cuales no son responsables de tales masacres.
Si excluyen la coyuntura del Premio Nobel de la Paz a quienes consigan la paz en Colombia, por lo menos se eliminaría esta manzana de la discordia, cuando sus presidentes tengan la intención de negociar la paz, que es la forma menos dañina para llegar a convivir en armonía, sin temor a sufrir las desdichas producidas por los atentados terroristas perpetrados por los grupos subversivos.
Si se termina el conflicto armado interno a través del dialogo habría más confianza en los inversionistas, tanto de los empresarios internos como de los externos, lo que redunda en mayor prosperidad, con adelantos fabriles, grandes puertos aéreos, marítimos y fluviales; en fin, mejores infraestructuras viales urbanas y rurales.
No me molesta que se disienta del proceso de paz con argumentos positivos, pero si detesto las posturas pueriles, como esta de que los presidentes buscan la paz en procura del Premio Nobel de paz.