Tomo prestado este título del libro que escribieran a cuatro manos el Premio Nobel de Economía 1998, Amartya Sen, y el ‘gurú’ de la Gerencia Social, Bernardo Kliksberg. El primero lo resumió todo en su frase: “El desarrollo será a partir del ser humano o no será” y el segundo nos pone a reflexionar con el axioma: “…el teatro independiente, el humor crítico, nuevas generaciones de escritores jóvenes, las protestas a través de la música, los coros, el arte y muchísimos espacios no convencionales, son los signos de naciones que pueden llegar a ser adultas y prósperas”.
Al oído de nuestra dirigencia política, no sólo a nivel regional, sino a los ministros y presidente de la República, para invitarlos a asumir, repito, la importancia y dimensión que tienen todas las variables de orden cultural en cualquier proceso de desarrollo, a partir de los valores agregados a nuestras materias primas (llámese industrialización), acompañadas de innovación tecnológica y educación, siempre tomando como base el fortalecimiento de las cadenas productivas relacionadas con las potencialidades reales de cada región.
En el caso del Magdalena Grande, hemos sido tozudos con la tradición (mas no vocación) ganadera y agrícola, la cual, actualmente, es inviable, simplemente por estar acostumbrados a la supervivencia por este medio, sin posibilidades de un futuro cercano que potencialice esta vieja tradición. Entendamos que las vocaciones se construyen a partir de las potencialidades sectoriales de cada región. La nuestra es el turismo cultural a partir de las historias, espacios y leyendas, que aporta la música vallenata tradicional, para la cual logramos el reconocimiento de Patrimonio Cultural Inmaterial, por parte del Consejo Nacional de Patrimonio (noviembre 29 de 2013) y en el Orden Internacional, por parte de la UNESCO, en diciembre 1º., de 2015.
Hoy, a cinco años del reconocimiento nacional y a tres años del reconocimiento internacional, el esfuerzo realizado por el equipo de trabajo de la Corporación Clúster de la Cultura y la Música Vallenata (Rosendo Romero Ospino, Santander Durán Escalona, Adrián Villamizar Zapata, Stella Durán Escalona, Carlos Llanos Diazgranados y Lolita Acosta Maestre –Q.E.P.D.-), apoyado por el Ministerio de Cultura, durante más de cuatro años en los municipios de mayor relevancia en la historia de esta manifestación, no ha rendido sus frutos, ya que las iniciativas de protección contenidas en el Plan Especial de Salvaguardia PES, tendientes a garantizar la permanencia en el tiempo de la Música Vallenata Tradicional, no han sido atendidas por el Estado colombiano, quien aparece ante la UNESCO como el directamente responsable de la implementación de las medidas de salvaguardia propuestas.
Los recientes Premios Nobel de Economía 2018, Paul Romer y William Nordhaus, reciben su galardón por sus aportes a la ampliación del concepto de crecimiento, el cual debe incluir la variable de la educación, además del capital (físico y humano) debidamente articulado con la innovación y la tecnología y lo que se ha venido llamando industrialización. Este término, que hoy es teoría, también cabe en las llamadas Industrias culturales, las cuales, para efectos de la potencialización del talento humano, no han sido bien definidas a favor de los detentores y gestores del arte y la cultura, ya que estos, en la mal llamada Economía Naranja, se convierten en commodities, es decir, en materia prima para explotación comercial con valor agregado; si nos detenemos a observar las cifras del Banco Interamericano de Desarrollo, BID, que pretenden argumentar el potencial de esta Economía Naranja, sus cálculos provienen de la participación del sector en el PIB mundial y el número de empleos que generan las verdaderas industrias culturales, que utilizan como materia prima el talento humano: grandes medios de comunicación, grandes editoriales, grandes sellos disqueros y grandes compañías del espectáculo y el entretenimiento, entre otras.
Aquellos que con su talento hacen valer su derecho de autor, se ven sometidos a las condiciones leoninas de estas grandes empresas, que conforman la llamada Economía Naranja, como la ya popular cesión de derechos. Si realmente se pretende el reconocimiento social y económico de quienes son detentores de una manifestación artística y cultural, se debe abogar por convertir el producto de su talento, en un bien material o inmaterial con verdadero valor comercial, sin incurrir en la intermediación. Propiciar la asociatividad por sectores pudiera ser una herramienta efectiva, de tal manera que la agrupación de talentos conlleve a una industria cultural cuyos dueños sean los generadores de la materia prima.
Nos hemos cansado de recordar que a la hora de presupuestar, la cultura es la hija de menos madre y permanentemente se le está llamando la cenicienta del cuento, lo cual se evidencia en su participación del 0.16 % del Presupuesto General de la Nación; los expertos calculan que tres días del Presupuesto de Defensa equivalen a todo el de la cultura en un año. Varias veces me he referido al Presupuesto de Mincultura como la Caja Menor del Gobierno de turno. El primer presidente de ocho años que tuvimos le recortó cerca del 40 % para la guerra, el segundo presidente de 8 años que tuvimos le recortó otro tanto para la paz y el actual presidente, antes de cumplir sus 100 días de gobierno, le recortó a este Ministerio un 31,5 %. La pregunta del millón: ¿Cómo se va a financiar la Ley 104 de 2015 o Ley Naranja, impulsada por Iván Duque? O mejor, en caso de lograr la financiación para esta Ley, ¿quiénes serán los beneficiarios de estos recursos? Acordémonos de la definición de lo que es una Industria Cultural, según el BID.
CARLOS LLANOS DIAZGRANADOS / EL PILÓN
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