Por Leonardo José Maya
Yo lo conocí y era grande. Mientras todos disfrutaban de su canto el estaba allí, absorto, como distraído del mundo y sin embargo lo sabía todo. Era grande, desde antes de empezar a cantar, y mucho antes de empezar a ser grande. No fue fácil, primero tuvo que doblegar su destino incierto con el coraje que solo tienen los valientes, y después, con el ímpetu de su canto iluminó su propia noche.
Agradecido de Dios “Él sabía que si me abandonaba ninguno cantará como canto yo” y tenía razón, Dios no lo abandonó, por el contrario, lo hizo grande, tan grande que fue el único capaz de hacer sonreír la sabana cuando Matilde camina, solo él podía hacerlo.
Los que no saben dicen que él no podía ver la belleza, tengo mis dudas. No lograba verla como nosotros. La sentía.
Podía saber si una mujer era linda por fuera con solo acariciarle la mano y así sabía también si lo era por dentro, podía predecir la elegancia de una mujer por el taconear de sus zapatos, los modales por la gracia de su risa, la educación por la cadencia de su voz y dicen que adivinaba su procedencia por el olor del cabello.
Conocía la primavera mejor que las flores y el rastro de las lluvias por el vuelo de los pájaros, predecía los inviernos por la humedad de los vientos y el verano por el olor de las nubes.
Predijo su destino: “se llega el día que ande en el aire ni nube azotada del viento” eso no lo escribe un compositor cualquiera, lo hace un iluminado.
Se cumplió su profecía maestro, usted ahora está en el aire, en las nubes, en el viento, pero está también en el sentimiento de todo el pueblo que lo admiró y respetó, su canto es amistad, es naturaleza, es alegría y felicidad para que disfruten del amor aquellos que amor tienen y con la fantasía de sus creaciones aliviarán su soledad aquellos que lo han perdido y también los que lo esperan.
Permítame decirle maestro que hay un lugar donde nacen los vientos de la historia, hasta allí son trasladados los hombres grandes y usted ya reposa tranquilo en ese lugar de la inmortalidad, dentro de muchos años, cuando todos nosotros no seamos ni siquiera un nombre, habrá que hablarse necesariamente de las canciones de Leandro Díaz, porque, tengo la sospecha maestro, de que sus cantos guardan mensajes secretos de amor que aún hoy no entendemos pero que con el tiempo descifrarán los enamorados, entonces entenderemos también y para siempre que su canto será inmortal.