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Al maestro Alfredo

En este conversatorio, a usted le ha hablado el conocimiento, la inteligencia, le habló el poder y la política; ahora le va a hablar la gratitud por haber sido usted un motivo de felicidad en lo personal, lo nacional y también, porque, como me lo ha permitido el haber nacido y vivido siempre en un aula de clase, he descubierto que su obra ha difundido siempre influencias formativas. Lo explico: resulta que una canción hermosa, con una melodía que se convierte en energía nerviosa, con una letra que transmite mensajes y pinta escenarios superiores a los que se viven en la realidad produce en el individuo un estado de felicidad que llena su ánimo y su alma de asombro ante el descubrimiento de la posibilidad de ser feliz y de encontrar las fuentes de sus alegrías, las cuales, ante las inexorables leyes de la inercia, quisiera hacer permanentes y esto lo lleva a querer que esos escenarios ideales que se viven en el arte ocurran también en su vida real, llegando a desear tener atributos suficientes para aportar de sí en la realización de esos advenimientos, convirtiéndose de paso en un mejor ser humano. ¿Quién de ustedes, por ejemplo, no ha deseado tener o cultivar suficientes cualidades para que “todo el mundo lo quiera” cuando canta ‘El cariño de mi pueblo’ de Gustavo Gutiérrez Cabello? Por ello, no es exagerada la afirmación de que los verdaderos artistas son educadores y mejoradores de la sociedad.

En el caso específico, maestro Alfredo, de las influencias de sus canciones en mi educación y desarrollo emocional, permítame contarle algunas de mis vivencias: a edades tempraneras sentí un llamado para que la calidad del amor a compartir quedara tatuada tan profundamente en el alma femenina que ante un reencuentro subsiguiente, cualquiera de mis ex, parecieran decirme con un mirar historiador que “Un amor viejo no se olvida”; el impulso infantil por penetrar a la profundidad del campo se siguió proyectando citadinamente al escuchar los acordes de “La paloma guarumera”; soñé con ser arquitecto para algún día poder construir casas de campo o escenarios como las que pinta en “La choza o en El pajonal”; quise practicar esa forma de amar que no deja huellas de dolor como en “Amor de adolescente”. Pero como no puedo ser exhaustivo porque no terminaria, solo déjeme agregar que usted nos descubrió la posibilidad de que pudiéramos llegar a trascender en el tiempo y el espacio, cuando puso de moda en el mundo “La banda borracha”; posibilidad esa que logró su plenitud con ‘Cien años de soledad’. Luego haciendo estación ante la frialdad de los arios, que tuvieron que reconocerlo como el mejor acordeonero del mundo; en la tierra capital de la música clásica, que recorrió todo el abecedario desde la ‘b’ de Bach y Beethoven hasta la ‘s’ de Schuman. Todo eso para que voláramos más alto que las cumbres del Everest, navegando por los siete mares, hasta penetrar bajo la piel de todos los humanos sin importar que ella sea blanca, negra o amarilla, con lo cual, usted ha puesto de presente no solo que los costeños somos universales sino que además, en cuanto a los vallenatos respecta, el mundo nos necesita para su integral felicidad.

Pero estaría incompleto mi reconocimiento, si no me refiriera a su condición humana, porque resulta que cuando alguien ocupa posiciones cimeras en cualquiera de las actividades humanas se convierte en modelo imitable para sus contemporáneos especialmente para la juventud. Ello conlleva, para quien logre la categoría de sobresaliente, la responsabilidad moral de cultivar y difundir desde esa altura los mejores valores, los más enaltecedores. Usted, a medida que ha trascendido lo meramente vernáculo, se ha olvidado de hacer complacencias externas tanto al poder como a los emergentes sin causas legales; no ha acudido usted a los vicios de inspiración momentánea pero degradantes en el devenir, y además ha sido hombre de un solo hogar, modelo de familiar y amigo, humano, solidario, honesto, creativo, emprendedor y deportista practicante ad portas de los 80 años.

Por todo lo anterior maestro, hoy quisiéramos devolverle siquiera una millonésima parte de las alegrías que usted le ha proporcionado a Colombia y al mundo. Gracias por su vida.

Alberto de Jesús González Mestre
albertodoreacciono@gmail.com

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