Amigos y amigas todos, sin excepción, como los vivía “El Turco”. Extraño apodo que no da cuenta de una nacionalidad sino de lo enredado de su vocabulario hasta los nueve años, que por demás revirtió en el don de la palabra y la práctica de vida que anticipaba el “realismo mágico” de nuestro García Márquez y una relación universal con el prójimo, hoy te despedimos temporalmente mientras nos encontramos más adelante.
Más bien como filosofaba su primo Fredy Molina y lo refrendaba su concuñado Alfredo Gutiérrez con el más específico y particular de “El Turquete”, ese raro imán que atraía desde todas sus dimensiones y en todas las dimensiones, cuya virtud principal no teorizaba sino que practicaba, pues como pregonaba Jesucristo llevaba a la realidad el querer y apreciar a los demás, y viceversa, como así mismo, ese imán que permitía como en los estoicos, ya no filosofando sino poetizando como su tío Chema Maestre, “pensar en voz alta” con los otros como símbolo de la amistad o como imaginar “una misma alma en varios cuerpos” o “pensar en sus amigos como en sí mismo”, “no buscando la amistad sólo en lo que resulta favorable ni sólo preocupándose en tales casos”, esto es, hacer algo agradable de verdad si lo compartes con el otro, esa relación de alteridad despojada de egocentrismo que sustenta las relaciones humanas en el intercambio de palabras con sentido, aquello que nos hace humanos en cuanto nos debemos al otro, hacían de “El Turquete” un raro y paradójico ser a quien se apreciaba y quería bajo relaciones horizontales de vinculatoriedad en torno a quien no tenía poder físico, ni político ni económico, sólo el de entablar relaciones entre iguales en sentido material de sustancialidad, sin mirar al otro por su revestimiento sino por su esencia.
Aquello que permitió decir al gran Carlos Huertas “de la Guajira le traigo un abrazo al Valle y especial para mi compadre El Turco”, lo que denota más allá de relaciones personales unas muy francas y sólidas entre pueblos y culturas diferentes, esas que hoy se echan de menos y se precisan ante los desafíos que el futuro le impone a la humanidad, pues la amistad universal va más allá de la familia, de quien nos ama, del grupo o, como decía Jesucristo, de lo que sobrepasara el círculo de cercanos, para extenderse más allá de las nacionalidades como única fórmula visible y práctica de superar las calamidades que se avecinan para la especie humana, toda vez que, como desde el estoicismo universal continuado por el cristianismo, es verdad inconcusa que “es en compañía de buenos amigos donde se forjan los hombres buenos”, por tanto, recomendaba Cicerón y lo practicaba “El Turquete”, “considera al otro como a ti mismo”.
Lo apreciábamos y lo queríamos, claro por ser familia, padre, abuelo, hermano, tío, primo, pero en el fondo por ser amigo de todos en sentido universal de familia humana, porque así lo trasmitía con la practica día a día, de lo cual son testigos José Alfonso Martínez, Augusto Socarrás, Chiche Armenta, Carlos Céspedes, Rodolfo Maestre, el Negro Zabaleta, y hasta Romoca, y tantos otros amigos que te heredamos, única verdadera y valiosa herencia en un mundo realmente humano, toda esta gran familia que hoy nos acompaña, no por ser Pavajeau o Molina, sino por su virtud de no distinguir desde ningún punto de vista a quien a él se acercaba, incluido su perro Rocky, con quien hablaba en las madrugadas y le daba consejos, a quien hizo pasar como su huésped y acompañante de su compadre Luis Enrique Martínez, cuando fue sorprendido hurtándose una pierna horneada de cerdo en un ventorrillo festivalero y seguida la pista lo vieron entrar en la vieja casona de Papa Robe, Mamaita y sus hermanos y hermanas.
Ese era el gran “Turquete”, genio y figura hasta la sepultura, frase manida en él renovada, pues debe agregarse que también lo era en estado consciente e inconsciente, pues ya en su precariedad de salud, cuando ese gran corazón se le creció no por la presión alta como mal de los Pavajeau, sino por la cantidad de amigos que en él llevaba, planeaba hasta hace escasa una semana futuras parrandas con quienes lo apreciaban y querían, muy seguramente emulando a otro Roberto, Roberto Carlos, porque no le bastaba el millón de amigos, quería superarlo, para así “más fuerte poder cantar” a la amistad.
Por ello no pedimos que descanses en paz, sino que continúes cultivando amistades que es de lo que está necesitado el mundo actual. Más que Tío, en nombre de la familia y todos tus amigos y amigas, para eso tienes toda la eternidad. Tu misión cósmica la cumpliste en la tierra y ahora continúa en el más allá, por ahora te fuiste ayer viernes, como quien dice, nos dejó el fin de semana para que brindemos en su nombre.
El amor de tus hijos, pero ellos también amigos antes que todo, al igual que todos los demás, sólo te estamos llevando a un nuevo lugar de traslado de las tertulias sin distinción de personas que hicieron del kiosko de tus padres y de nuestros abuelos, y de todos tus amigos, una catedral de la amistad cuyos ritos y celebraciones diarias a partir de las cuatro de la tarde, sólo pudieron interrumpirse por las medidas extremas de la pandemia del covid-19 y en donde en cada festival, los que te antecedieron en la muerte y los que continuamos vivos, recordaremos la presencia inconmovible de tu memoria.
Por Carlos Arturo Gómez Pavajeau