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¿Ajustar o dinamitar?

El desconcierto inicialmente que se creó con los resultados del plebiscito fue seguido por un momento de respiro. Los jefes políticos del grupo del NO manifestaron su buena voluntad para participar en un gran Acuerdo político, y el gobierno a través de sus negociadores en La Habana le sacó a las Farc la aceptación de que los acuerdos pudieran ser revisados.

En efecto, las partes llegaron al siguiente acuerdo el 7 de octubre: “Reconocemos, sin embargo, que quienes participaron en el plebiscito de pasado 2 de octubre se pronunciaron mayoritariamente en favor del NO, así fuera por estrecho margen. En el marco de las facultades presidenciales que otorga la Constitución Política es conveniente que sigamos escuchando, en un proceso rápido y eficaz, a los diferentes sectores de la sociedad, para entender sus preocupaciones y definir prontamente una salida por los caminos señalados en la sentencia de la Corte C-376 de 2016. Las propuestas de ajustes y precisiones que resulten de este proceso, serán discutidos entre el gobierno nacional y las Farc-Ep para dar garantías a todos”.

Este párrafo tiene inmensa importancia pues garantiza que a los acuerdos de La Habana sí pueden hacérseles cambios. Que no son intangibles. Cosa que en un primer momento se temió que las Farc no aceptaran. Se abre así una vía para que los diálogos entre el Gobierno y los representantes de la oposición no caigan en tierra estéril. Pero nótese bien: el Sí y el No no están negociando “solos”. Los ajustes a los que lleguen deben ser llevados a ratificación a la mesa de La Habana.

La ventana de oportunidad que se abrió tenía pues tres condiciones: una, que fueran acuerdos políticos a los que se llegara rápidamente; dos, que se negociaran “ajustes” y no una reingeniería completa de los acuerdos alcanzados luego de cuatro años de difíciles negociaciones; y tres, que fueran ratificados en La Habana.

Algunas ideas del NO que han trascendido esta semana indican, sin embargo, que sus pretensiones van más en la dirección de dinamitar los acuerdos iniciales -es decir, de volver a barajar desde la A hasta la Z lo acordado en La Habana- que de hacerles ajustes.

Así las cosas, ninguna de las precondiciones del diálogo político parece estar cumpliéndose: ni se van a alcanzar de manera rápida, ni se limitan a ajustes, y lo que es más grave, no parece claro que puedan ser ratificados en La Habana. Con lo cual volvemos al punto de desconcierto absoluto que siguió al plebiscito del 2 de octubre.

De otro lado, la semana que acaba de pasar estuvo marcada por el premio Nobel al Presidente Santos. Fue sorpresivo, hay que reconocerlo, pues después de los resultados del 2 de octubre el galardón se daba por enterrado. No resultó así sin embargo.

Tiene un triple significado. Primero hacia el pasado, es un reconocimiento a la persistencia con la que contra viento y marea el Presidente Santos ha perseguido incansablemente la paz. Segundo, hacia el futuro: el mensaje del Nobel es que se cree que a la postre habrá protocolización de la paz. Y tercero, es un mandato para no desfallecer en el propósito de alcanzar la paz, cuyos tramos finales son siempre los más vidriosos. Las marchas multitudinarias de los jóvenes refrendaron también este anhelo.

Queda pues flotando en el ambiente la pregunta crucial: ¿Vamos hacia unos ajustes en los acuerdos que salven la paz. O hacia su dinamitada que haga volar la paz en mil pedazos?

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