Desconocido para Latinoamérica, Eurovisión es el concurso de canto más importante de Europa desde 1956 y uno de los eventos más vistos del planeta con una audiencia cercana a los 500 millones de espectadores. 26 países de Europa compiten con una canción propia y aquella con el mayor puntaje se lleva a casa el icónico trofeo de cristal tras la interpretación en vivo de todos los temas, la lectura de los 40 veredictos de los jurados expertos y el voto del público. Una maratón de casi 4 horas que paraliza colectivamente al Viejo Continente una noche al año.
Un concurso de esta magnitud no puede limitarse simplemente al plano artístico y así, desde su misma fundación, Eurovisión ha servido como termómetro de la política europea. Muchos son los ejemplos de ello. Uno de los más curiosos fue la época dorada de España que casualmente coincidió con las crisis finales del franquismo entre 1968 y 1975. Durante ese período, no solo lograron sus dos únicas victorias en 1968 y 1969 gracias a los votos incondicionales de Alemania, Italia, Portugal y Francia, si no que también fueron segundos en 1971 y 1973, y cuartos con Julio Iglesias en 1970. Desde entonces España esporádicamente vuelve al top 10 y en los últimos 20 años ha sido recurrente verle entre los coleros del certamen.
Pero, sin duda alguna, lo más interesante es analizar la forma como los jurados expertos de cada país reparten los puntos entre sus rivales con una precisión geopolítica que sería inocente confundir con la imparcialidad. Así pues, es común ver a Grecia otorgando las máximas puntuaciones a Chipre, quien le devuelve los favores, por ser grandes aliados en el conflicto independentista de esta isla con Turquía. Pero también Atenas suele reservar sus mejores números para Rusia y otras antiguas repúblicas soviéticas, quienes salieron en su ayuda luego del descalabro económico de hace unos años.
Algunos votos son bastante predecibles por viejos lazos históricos. De forma que, sin importante qué tan mala sea la canción de turno, Montenegro enviará sus 12 puntos como un guiño nostálgico a Serbia, Lituania hará lo mismo con su hermana Letonia y Malta se congraciará de igual forma con Italia. Pero comentario aparte merece el episodio entre Bielorrusia y Suecia, entre quienes explotó un conflicto en 2012 cuando una aeronave sueca entró en espacio aéreo bielorruso liberando 800 osos de peluche con mensajes pro-democracia que irritaron al gobierno y precipitaron la expulsión del embajador sueco en Minsk. Lo paradójico es que, durante los años siguientes, Bielorrusia coqueteó con Suecia otorgándole altísimas puntuaciones en Eurovisión hasta que las relaciones bilaterales se normalizaron en 2018.
El voto del público tampoco es ajeno a este ajedrez musical y por eso se ha convertido en una herramienta para expresar inconformidad. Bien lo sabe Reino Unido, quién desde el referendo del Brexit es de los participantes que menos puntos recibe, y más recientemente Alemania, quien obtuvo cero puntos en la última edición porque Europa se está cansando de que Angela Merkel le diga qué tiene que hacer.
Madrid – Mayo 2019