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Ahí está, ahí está

Por: Julio C. Oñate Martínez.

No imaginé jamás que en uno de los días de la Semana Mayor que acaba de pasar, en mi residencia se le podría haber quitado la vida a una de las criaturas que sin duda fue bendecida por Dios, desde que tuvo licencia y su respectivo pasaporte celestial, para que Noé lo hubiera permitido embarcarse aunque quizás en tercera clase en su memorable arca.

Yo escribía como siempre en la mesa del comedor, cuando sentí el desgarrador alarido que en el piso de arriba pegó María Lourdes, mi esposa. Imaginándome que algo muy grave ocurría volé a su encuentro. Estaba en la puerta de la habitación con el rostro desencajado por el pánico, sollozando y con voz entrecortada me repetía: “Ahí está, ahí está y del lao tuyo”. Como una exhalación me devolví hasta el patio y armado con una pala volví a subir pensando por donde se metería una culebra Mapaná a mi cuarto, o como hizo el maldito murciélago para colarse por el machimbre, o por cual claraboya se metería la rata, si en mi casa no hay ninguna claraboya, además si esta no es época de cucarachas voladoras. María Lourdes seguía histérica y repitiendo, Ahí está. Ahí está; decidido apreté la pala y entre dispuesto a enfrentarme con lo que fuera, no sin antes invocar a San Pablo el que siempre nos protege de las alimañas. Efectivamente, ahí estaba, ahí estaba la tuqueca, la muy bellaca con sus ojitos saltones, su sonrisa imperceptible y su caminao incierto pero veloz. Al acercarme se escurrió con rapidez de la pared donde estaba y se metió debajo de la mesita de noche. Solté la pala y prendí el pote de Raid que mi esposa siempre mantiene cerca para cualquier enfrentamiento de tipo insectívoro o arácnido y enfilando el pico del mortífero aerosol por debajo del mueble le solté el chorro de manera inclemente. Echále mas, echále mas me suplicaba María Lourdes; le expliqué entonces que no era necesario porque las tuquecas al igual que las lombrices son de respiración cutánea y con solo rociarle el veneno era suficiente para que pasara a mejor vida.

Dicho y hecho, a los pocos segundos salió del escondite trastabillando y sin dirección como una cometa loca quedando inerme frente a nosotros. Listo! Está lista le dije a Marialú, pero ella incrédula le aflojó a boca e´ jarro otro chorro del específico. En su último estertor la tuqueca se estremeció y trató de correr buscando refugio pero con una pesada chancleta le destrocé el cráneo mientras mi mujer comentaba, “la muy cretina, haciéndose la muerta y ya se iba a meter a la rendija, que tal?”, la recogí con la pala pero no dejaba de mover la cola, imagino que mentándonos la madre según la creencia de los muchachos de antes.

Salí a la terraza y chequeando que no estuviera cerca ningún miembro de la Sociedad Protectora de Animales, como a cualquier N.N en tiempos de la Motosierra, la tiré al pavimento hasta cerciorarme que un pesado camión la borró de la faz de la tierra; les parecerán exageradas estas precauciones pero en ocho años que tengo de vivir en Los Corales es la primera vez que a mi habitación se mete una tuqueca, pues siempre con su canto misterioso solo se escuchan en el patio, y desde aquí de esta columna, quiero advertirle a los parientes de la occisa que traten de tomar venganza metiéndose en la casa, que ahí está mi mujer con el pote de Raid, la chancleta y la pala, dispuesta a pedirme auxilio cada vez que alguna se asome.

Estos pequeños reptiles pertenecientes a la familia de las Gekkmidae, comunes en toda la región Caribe conocidas también como salamanquejas, se alimentan de grillos, mosquitos, hormigas y cucarachas y a pesar de su aspecto repulsivo que a algunas personas le pueda producir temor, para los humanos no representan ningún peligro, pero… y quien convence de esto a una mujer.

 

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