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Agricultores para la agricultura

Una de las propuestas más audaces del actual presidente es la de comprar y entregar un total de tres millones de hectáreas a campesinos sin tierra, una meta muy ambiciosa, orientada a cerrar una brecha histórica en un país con vocación rural.  

De manera casi sorprendente Fedegán ofreció vender estas tierras por iniciativa propia, algo que muy pocos esperábamos.

Con frecuencia leo las columnas del doctor Indalecio Dangond, una de las personas con mayor conocimiento de la agricultura en Colombia, quien con argumentos muy sólidos expone cómo se podría aprovechar esta coyuntura, no solo para mejorar las condiciones de quienes se beneficiarían de esta donación, sino para poner a producir la tierra, algo que en buena parte se dejó de hacer en Colombia desde la abrupta apertura económica de los años noventa.  Y aquí es en donde, en mi humilde opinión, existe un vacío enorme, debido a la falta de mano de obra para el campo.  Es una tendencia casi irreversible el éxodo de nuestros campesinos, primero hacia los corregimientos más cercanos y después hacia los municipios más grandes en búsqueda de mejores oportunidades.  

Décadas atrás las temporadas de fin de año traían consigo la recolección de las cosechas de café y algodón en nuestro departamento, generando una inmigración de campesinos desde los departamentos de Bolívar, Tolima, el viejo Caldas y otras zonas del país, aportando con solvencia la mano de obra que se requería.  

En la actualidad la cosecha de café la salva, en buena medida, la mano de obra de origen venezolano y esta absorción intensiva de mano de obra campesina va en detrimento de la producción de otros productos agropecuarios en esa época, de ahí la escasez y carestía de algunos alimentos durante el fin y comienzo de año.  Lo anterior sin mencionar que ya no producimos algodón.

Existen notorias evidencias de la falta de mano de obra en el campo.  Pese a que las ciudades no ofrecen condiciones ideales, las condiciones rurales siguen siendo más difíciles en muchas regiones del país.  El ingreso para el obrero es bajo, las condiciones alimentarias  suelen ser deficientes, el acceso a los servicios públicos, a la educación y a la salud son limitados.  Para las mujeres la cotidianidad en el campo implica una rutina de tareas domésticas arduas, sin remuneración, sin descanso y sin diversión. 

Este panorama es mucho más común en el campo de lo que puede imaginar un político en  Manaure, Valledupar o Bogotá, de ahí la necesidad de diseñar una política agraria que tenga en cuenta aspectos como la rentabilidad para quien cultiva, la remuneración para el trabajador raso, el acceso a los servicios públicos, educación, salud, internet, el crédito, la capacitación, la asociatividad, condiciones de las viviendas, etc. 

Sin la compañía de la mujer el campo es desolado, así que para que ella se quede o vuelva hay que dignificar su condición, remunerarla y ofrecerle escenarios que hagan atractiva y motivante su estadía en su terruño.   A los niños se les debería garantizar su acceso a la educación, algo difícil si se tiene en cuenta la geografía nacional.

Si a cada campesino se le entregaran diez hectáreas de tierra estaríamos hablando de 300.000 familias, de las cuales muchas viven actualmente en los centros urbanos.   El retorno de una masa descomunal de campesinos al campo constituye un serio desafío para llevar a la práctica una reforma agraria que lleva una eternidad sin implementarse.  Una buena iniciativa con muchos desafíos por delante.

Por Azarrael Carrillo Ríos

Categories: Columnista
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