En la semana que termina el consejo gremial hizo público el documento titulado como se bautiza esta columna. Se trata de una contribución significativa al debate político que se está realizando, al igual que de un catálogo de reflexiones y de propuestas acerca de los temas de mayor importancia para los empresarios colombianos.
La utilidad que tiene es enorme. El primer efecto de su publicación debe ser el de estimular la controversia acerca de la política económica actual y futura.
Este es un impacto bienvenido, porque debe evitarse, a toda costa, que el acuerdo Santos-Timochenko se convierta en el primer punto de discusión en la agenda nacional.
Desde luego que ocupará un lugar destacado en las discusiones sobre el presente y futuro del país.
Pero, en ningún caso, sería bueno para Colombia que se convirtiera en la prioridad durante el proceso de elecciones de congreso y de presidente de la república.
Resultará inevitable tratarlo para señalar los peligros que su contenido le genera a la estabilidad institucional de la patria, la democracia y las seguridades que se requieren para conseguir que la economía crezca rápidamente.
Como ésta debe ser la prioridad, señalar la existencia de los obstáculos que se derivan de lo acordado adquirirá el carácter de necesario.
Un aplauso merece, entonces, el documento, toda vez que le dará mayor fuerza al análisis político de aquellas materias llamadas a jugar un papel de primer orden en el propósito de que se crezca a ritmos altos, desafiantes si se quiere, y estables.
Otro efecto beneficioso se desprende, tanto de los juiciosos análisis que contiene, como de las cerca de 100 propuestas que pone en consideración de los colombianos con el fin de que se discutan ampliamente.
Estimula mucho, por otra parte, que el telón de fondo de lo que se plantea sea visualizar una ruta hacia la productividad y la competitividad de la producción colombiana.
Mucha razón tiene el consejo gremial, al llamar la atención sobre el hecho de que el crecimiento que se ha tenido obedece a la acumulación de factores, y no al aumento de la dicha productividad.
Por esa razón cita, en primera instancia, el informe Doing Business del Banco Mundial, con el ánimo de recordar que Colombia está ubicada en el puesto 59 entre 190 países en la materia antes señalada.
Está muy bien, de otro lado, que las páginas de la agenda empresarial quieran indicar las prioridades y necesidades del sector privado.
Su significado es aún mayor, toda vez que recoge el consenso de los distintos gremios que integran el consejo, gracias a lo cual está revestido de indiscutible legitimidad.
Y, de otro lado, porque trasciende lo sectorial para ocuparse de asuntos transversales que inciden sobre las externalidades positivas para la economía. El paso de los empresarios debe ponderarse.
Especialmente por cuanto se da en un clima de incertidumbre y desesperanza. El momento es particularmente difícil por múltiples razones.
Los niveles de rechazo a todo lo que sea político y público por parte de los ciudadanos está colocando la estructura al borde del colapso. No hay rincón de la vida institucional que no se encuentre afectado por el mal que nos agobia. Infortunadamente, esa realidad alimenta el pesimismo.
Para bien de Colombia, los voceros de todos los sectores de la producción han hecho un balance de lo que hoy se tiene, pero, en lugar de dedicarse a los señalamientos, optaron por el camino de las propuestas. Es decir, por el optimismo propio de los constructores de realidades esperanzadoras.
Gracias a ellos por la voz de aliento que representa la agenda empresarial 2018-2022.
Por Carlos Holmes Trujillo