Por: Rodrigo López Barros.
El aeropuerto de Valledupar lleva el nombre del connotado ex presidente de la República Alfonso López. Cuyo segundo apellido sería Pumarejo (Padre) o Michelsen (hijo), según los intereses políticos y sociales, en los respectivos periodos de gobierno.
Quienes han administrado el aeropuerto, sea el Estado o los particulares – ahora lo hace Aeropuertos de Oriente Operados por KAC -, nunca han construido unas instalaciones gratas al público, dignas de personas humanas (con derecho a “su espacio adecuado y no su lugar de tortura”, como diría la filosofa orteguiana María Zambrano); por el contrario, parecen un campamento improvisado; y el deficientísimo aire acondicionado sólo ha sido instalado últimamente. Sí, todo semeja un campamento construido para una tropa de paso.
Por razones de explosión demográfica e inmigraciones masivas, a esta ciudad y comarca, el aeropuerto nos ha quedado pequeño, muy pequeño e incomodo, desordenado a la lata, y su Operador actual no se muestra capaz de acomodar la avenida fuerte de gentes, conocidas y desconocidas, que llegan y que salen, a los huéspedes que reciben y que despiden, y sobre todo de manejar el equipaje de los pasajeros.
Allí, lo que uno observa es un tejemaneje de transporte terrestre de baja calidad.
Los empleados recepcionistas de pasajeros, no hacen distinción entre los de la clase ejecutiva y los de la corriente, lo cual es injusto pues los de aquella pagan un pasaje mucho más costoso que los de la segunda. Tratar a los desiguales, en este caso por el costo del pasaje, como iguales, es injusto.
En medio de la alborotada y desgreñada algarabía, los empleados recepcionistas atienden de la manera como mejor pueden, pienso yo, pero siempre es de desear que esa labor se haga con un comportamiento más adecuado y grato. Claro que ello no es sino reflejo de cuanto está ocurriendo en las variadas áreas de las actividades humanas, sobre todo en las públicas, en las que los funcionarios deben atender una multitud de personas siempre creciente.
Con anterioridad existía una máquina eléctrica que detectaba los elementos que no se debían transportar, por estar prohibidos, pero el artefacto ha sido retirado y en su lugar empleados de vigilancia privada y agentes de policía son quienes, en medio de un desorden descomunal y sumamente desagradable, escarban y alborotan las maletas.
Ni los vigilantes privados ni los agentes policiales están para esos desempeños; por consiguiente, considero abusivo, ante el Estado y los particulares, dedicarlos ha dicho oficio, siendo que es el Operador quien está obligado a instalar las máquinas eléctricas que se requieran.
A pesar de lo escrito, no creo que las cosas vayan a cambiar ni siquiera en un largo tiempo, pues la gente suele quejarse pero finalmente no hace nada al respecto. Por qué hacer, implica esfuerzo. Así nos lo pone de presente María Jimena Duzán, en su columna de la última revista Semana: ¿Por qué los colombianos nos aguantamos todo?
Las personas en general, el Operador y los que trabajan allí, deberían concientizarse en que el aeropuerto no es sólo un lugar de paso, sino una oportunidad para presentarnos ante el visitante nacional, extranjero y el mismo vallenato que algún día se fue y añora volver a un pueblo acogedor, sencillo pero organizado, que se caracteriza por las buenas maneras y por ser un excelente anfitrión, procurando hacer sentir al otro como en casa.
Las condiciones actuales de las instalaciones del aeropuerto sólo conllevan a la desesperación y a que los pasajeros salgan despavoridos y pensando que si las cosas no cambian, Valledupar se quedará corta, envuelta en una mediocre prestación de los servicios públicos.
Ojalá antes, pero por lo menos para el próximo Festival Vallenato, el aeropuerto debería estar funcionando óptimamente, de lo contrario ¡imagínense! nuestro desastre turístico.
rodrigolopezbarros@hotmail.com