“De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. Mt 26,34.
Esta es la ocasión aquella en la que después de haber cenado, salieron al monte de los Olivos y Jesús anuncia la negación de Pedro. Con frecuencia las enseñanzas sobre este pasaje se enfocan en la necedad de Pedro, quien no quiso escuchar al Señor. Hoy, quiero invitarte a que hagamos una reflexión diferente de esos hechos y que veamos la escena desde la perspectiva de Cristo y no desde el ángulo de Pedro.
Piensa por unos instantes en Jesús como líder de un pequeño grupo en formación, con la inmensa responsabilidad de concluir el proceso, dejándolos listos y enteramente preparados para la labor futura de conquistar el mundo conocido con el Evangelio. La situación real era esta: Jesús ve en su grupo, especialmente en Pedro, una actitud e incluso una decisión que tendría claramente consecuencias muy negativas; por tal razón, intenta advertir; pero la otra persona, Pedro, no quiere escuchar y no atiende a la advertencia. ¿será que alguna vez, nos hemos encontrado en situaciones parecidas?
¿Cómo se habrá sentido Cristo, frente a la obstinada insistencia de Pedro? No se puede deducir que no había entendido lo que Cristo quiso decir. Además de la proclamación a todo el grupo, el Señor se dirigió directamente y le habló en forma personal a Pedro, profetizándole que le negaría, y no una vez, sino tres veces. Desde la perspectiva de Pedro, no había apertura para recibir semejante proclamación. Se podía percibir en el ambiente la frustración y el dolor de Jesús: ¡Cuánto hubiera deseado evitarle el trago amargo a Pedro! Sin embargo, este no quiso recibir la ayuda que le estaba ofreciendo.
Queridos amigos: Muchas veces, frente a esta obstinada insistencia en lo errado se produce en nosotros acaloradas denuncias, excesivas argumentaciones o el aumento de presiones para que la persona desista del camino que ha escogido. Al igual que en Pedro, esta manera de advertir, rara vez produce cambios.
De cara a esta situación la actitud sabía que adoptó Cristo fue el silencio. Ya la palabra de advertencia había sido dada. Ahora dicha palabra, sería usada por el Espíritu Santo para producir en Pedro un quebrantamiento santo. El silencio de Jesús creó el espacio para que el Espíritu Santo obrara y también dejó abierta la posibilidad de la restauración, después de la tormenta.
El haber optado por el silencio y no por la confrontación agresiva, dejó intacta la confianza que Pedro tenía en Jesús; lo cual, también permitió continuar el proceso de formación integral en su vida.
Puesto que, invertimos en la eternidad y no en el tiempo, es menester que evaluemos cuándo es el tiempo de avanzar y cuándo es preferible guardar silencio. Mi oración, como creyentes maduros, es que podamos discernir la diferencia.
Un abrazo virtual y cariñoso en Cristo