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Adiós, querido ‘Pepe’

Rememorar la vida de un amigo resulta difícil y triste; cuando las imágenes entran en juego, se atropellan y se desplazan unas a otras queriendo repetir lo no repetible; revolotean los recuerdos llenándonos de nostalgia.

Fue tan cercano a los Quiroz, como sí hubiera sido parte de su sangre, con sus afectos y solidaridades perceptibles en muchas de sus notas literarias como gratitud con los antepasados en aquellas sabanas del legendario Camperucho, caserío al cual consideró su única Universidad, haciendo su descripción existencial e histórica con señales, nombres y fechas, donde no escapaba siquiera el color ni el resabio de la fauna doméstica.

Al escribir su primer libro impresiona la narración hecha sobre la muerte de su tía Margarita Castro Tresplacios en el instante que amamantaba al último de sus hijos, ocurrida en el fundo que lleva su apellido y trasladada a Valledupar a pie en una hamaca en honda para su sepultura.

Cuando me pidió que prologara el segundo de sus textos de relatos, historias y anécdotas regionales, me percaté que era un conocedor de nuestras genealogías y cómo se sucedían unas a otras. Un día al encontrarme con el expresidente López Michelsen, avezado en esas mismas trayectorias sanguíneas, con el humor que lo caracterizaba me sugirió que impidiéramos que siguiera escribiendo: “Pepe conoce tanto de nuestros antepasados, con todos sus pecados, que sí no lo frenamos nos puede dejar a todos sin nuestros actuales apellidos”. El comentario era de esperarse.

En Camperucho fue uno más, gozando de sus vivencias y cotidianidades. ‘Pepe’, además de gran contertulio, abundaba en detalles con sus amigos. Vivía mi esposa Lilia y era frecuente que a mi casa llegara una caja de cartón con comestibles criollos. Lo que supe después fue que, junto a la mía, iban dirigidas dos cajas más para los expresidentes Turbay Ayala y López Michelsen, por lo que derivé que su afecto para mí era de carácter casi presidencial.

Aún no he podido precisar en qué instante y cómo se consolidó esta amistad sensible, tanto que no tuve el valor para visitarlo ya enfermo y ver como se desvanecía esa efigie de hombre fuerte y decidido. Recuerdo ahora que cuando iba con mi familia a El Paso, era la primera visita a mi encuentro, compartiendo con nosotros, reconstruyendo sus aventuras de juventud con fechas exactas mientras consumía uno a uno el tarro de panderos que le llevábamos, liberando en su rostro el sonriente disfrute que la golosina le causaba. Por eso pienso que fue una versión única y particular de la vida.

Su talante experimental me explica hoy por qué Orlando Fals Borda siempre quiso conocerlo después de haber hecho mención suya en Historia Doble de la Costa, sin saber que descendía de los Mier y Guerra, fundadores del Marquesado de Mompox. ‘Pepe’ añoró también conocer al padre de la sociología en Colombia, siendo él también un práctico de esta ciencia. Programé un encuentro, pero para esos días Orlando falleció.

Castro Castro deja un legado histórico-literario que al pasar el tiempo será como el vino, a mayor añejamiento mejor bouquet al leerlo.

Con afecto sincero me despido. Adiós Pepe, querido amigo.

 

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