“Perdóname Dios mío si nadie soy para censurarte, renegué resentido cuando a mi amigo te llevaste” Rafael Manjarrez “Yo tenía un amigo”
Cuando esta nota escribimos, no se ha alojado aún en la fría la tumba donde permanecerá hasta siempre el cuerpo inerte y resignado de Nadia, -hija de Luis Mariano Navas y Lile, nuestros apreciados amigos- quien partió de este mundo en la plenitud de su primavera sin que su madre impotente, ni la ciencia en su sabiduría pudieran hacer más para salvarla.
Descenderá al sepulcro, pero ya ascendió a los aposentos del padre eterno para iniciar la verdadera vida seguramente sin querer porque quería vivir y además porque sabe que deja en este mundo a su pequeña hija que la necesita la prolongación de su existencia, a su padre aquejado de una enfermedad brutal y a su madre atropellada por el dolor y la adversidad.
Seguramente para consolarlos ella quisiera que los suyos pudieran ver y sentir todo lo que ya está viendo en aquel horizonte sin fin y de luz celestial que todo lo alcanza y penetra para que no tengan razones para llorar, enfrenta ya el misterio insondable del ciclo superior donde se encuentra disfrutando de las bienaventuranzas de los querubines y el cielo llena en su minuto final por la íntima satisfacción que me consta que amo entrañablemente a su madre, a su padre y a su hija junto al altísimo sobre todas las cosas con una ternura que de pronto el tiempo no le alcanzó para revelarles en su verdadera dimensión.
Nos desvela pensar en la magnitud de su dolor cuando supo que se iba de entre nosotros dejando tantas cosas por hacer y por disfrutar, a personitas por atender que necesitan su presencia y la amaron en vida, cuantas cosas pasarían por su mente en el instante de su partida; seguramente se llevó en su mente la imagen de su papá con sus quebrantos de salud irreversible, el rostro triste e inocente de la hija que ya extraña sus besos y caricias y su madre corriendo de una lado a otro, buscando remedios y ayuda para salvarla de la muerte y prolongar su existencia, pero finalmente no aguantó, se marchó con la convicción que como buena cristiana tenía el deber de atender el llamado de Dios que la necesitaba junto de el en la serena expectativa de su reencuentro un día para sumergirse juntos en la fuente inagotable de las bendiciones la alegría y el amor eterno.
Su temprana partida para siempre nos duele, y extrañaremos su visita cada diciembre en mi casa cuando llegaba con Lile a llevarnos algún detalle navideño y nos queda a los amigos de ella y de su madre la imagen perenne de una jovencita alegre y entusiasta casi siempre pendiente de fiestas, paseos y complacencias acompañada de su sonrisa permanente y los arrebatos normales de la jovencitas de su edad.
Su corazón se detuvo y su recuerdo comienza. Solo nos queda orar por su descanso eterno y para que brille para ella la luz perpetua ya que la terrenal solo iluminó sus caminos algo más de veinte añitos.