La cantadora de pajaritos, chandés momposinos, tamboras e improvisaciones; la “niña” Libia Vives de Bazanta, quien nació en Talaigua, un día y un año cualquiera a principios del siglo pasado, ha muerto. Primero se fue Don Daniel, su marido, “Ñañe”, como ella cariñosamente le decía y todos los allegados a su casa aprendimos a llamarlo así.
Como los viejos hombres nacidos a orillas del río Magdalena, fue tamborero de nacimiento, repicaba el parche, no solo extrayéndole variados tonos, sacándole palabras y frases completas como lector de un alfabeto mágico, inventado por remotas tribus africanas. La familia abandonó Talaigua, sin alejarse del río de sus encantos e inspiraciones, fue a parar a Barrancabermeja, donde las ideas liberales bulleron, horadando sus espíritus en instantes en que la violencia hacia sus festejos en el pellejo de los correligionarios. Había muerto a bayonetazos Aurelio Rodríguez y faltaba el carpintero y el zapatero en aquella pesca milagrosa. Rafael Godoy huyó a Caracas con su guitarra al hombro y allí compuso el bambuco Soy Colombiano, que canta Carlos Julio Ramírez.
El zapatero Daniel, seguidor de aquellas propuestas progresistas debió huir, abandonando su atarraya, sustento doméstico y a Villavicencio fue a esconderse, con su mujer e hijos menores donde fue ayudado por el ideólogo liberal, periodista y columnista de El Tiempo, Eduardo Pachón Padilla, padre de Gloria Pachón, la esposa del sacrificado Luis Carlos Galán Sarmiento, quien escondió a “Ñañe” y los suyos en una finca cercana en plena agitación guerrillera liberal, hasta cuando la borrasca pasó.
Un día doña Libia, ella era quien llevaba la batuta, decide fijar su residencia en la calle 5ta de un viejo sector de Bogotá. Allí la familia recuperó sus tambores, bombos, guaches, maracas, pitos cortos y de cardón, acordeones, y todos los viernes por las noches con su numerosa familia, revivían los viejos cantos recitados a la orilla del río.
Poco a poco los esporádicos amantes del folclor fueron llegando uno a uno hasta recomponer una gran familia de cultura vernácula.
Después pasarían a Ciudad Jardín, donde sus tres casas en hilera y patios grandes sirvieron para escuchar las bandas de San Pelayo, a Lorenzo Morales a Pacho Rada, Alejo Durán, Luis Enrique Martínez; las viejas glorias del vallenato y no faltó Víctor Soto, Pablo López, Pedro García, y Esteban Salas. Eran los años sesenta.
Nadie que llegara allí gastaba un peso, porque ya la familia dueña de fábricas de calzado a gran escala lo pagaba todo. Allí mismo, quedaron abandonados muchos calzados viejos, que por nuevos o modernos la niña Libia entregaba a sus invitados, sino que lo diga Pablo López.
Tal fue la acogida en aquella casa, que allí se acabaron matrimonios y se constituyeron otros. Pasando por sus pasillos magistrados, ministros, artistas, escritores, deportistas y uno que otro badulaque. Incluso, el negro “Batata” viejo tamborero, amorero de rubias sin límite, pues no había una que viera sin pedírselo, cosas del folclor. En la inmensa cocina, siempre había una gran olla hirviendo cargada de mondongo para disipar la embriaguez de los invitados, quienes eran llevados al cuartico que tenía por nombre “cuidados intensivos”, donde se les suministraba su dosis respectiva.
Cierta vez, Ñañe fue invitado al encuentro mundial de tambores en Santiago de Cuba, doña Libia que bien lo conocía lo acompañó temiendo que Ñañe en un despertar de su vieja ideología a su regreso pasara de largo para convertirse en guerrillero, era gracioso escuchar el anecdotario de “La niña” Libia. Su muerte ocurrió el 23 de septiembre del presente año y su sepelio fue una procesión acompañada de acordeones, bandas de viento, pitos y gaitas, acompañando su cadáver hasta el cementerio de la Av. 68 mientras cantadoras del pasado repetían y repetían en responsos las tonadas alusivas, Adiós a la “niña” Libia.
Por Ciro Quiroz Otero