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Adiós

Cortísimo Metraje

Por Jarol Ferreira

Somos prehistoria que tendrá el futuro.
                            Los Búnker

Carnavales en pleno. Llevaba días fantaseando verme con alguien que me trasnochaba y,  luego de un tiempo de ensoñaciones compartidas, parecía que finalmente las cosas  se nos iban a dar. Ardíamos de lascivia, por lo que convenimos pasar una noche juntos  en una habitación reservada con anticipación, a distancia equidistante.

Ambos salimos a la hora acordada, ella debía tomar un vuelo y yo un transporte terrestre para caer al tiempo en el punto escogido para desarrollar nuestro romance. Pero, justo antes de llegar al lugar de la cita, recibí una llamada suya anunciando la suspensión del  encuentro por culpa de la cancelación del vuelo.  El espacio entre ambos nuevamente evidenció su basta dimensión, temporalmente imposible de sortear. Así que le  solicité al chofer  dejarme en la estación, para tomar de inmediato un carrito de regreso a mi madriguera. Y así lo hice, por supuesto no sin antes inventarme una ridícula excusa para no  quedar como un perfecto imbécil  frente al conductor y a los otros pasajeros. Sé que a ellos mi vida les importa cinco, pero con tal de sentirse bien con sus miserias la gente se burla de quien sea.

Plantado por la voluntad creadora a través de la mediocridad de Avianca. La política es no despegar hasta completar el cupo. Como que la gasolina para aviones, colombiana, como la de carros, es muy cara. Los pimpineros pacíficos deberían piratear gasolina para avión también, para ver si así a esos de Avianca les alcanza para tanquear sus naves y cumplir los itinerarios. No es que ella no hubiera asegurado el vuelo y la aerolínea no le tuviera que pagar  trescientos mil pesos por la póliza, pero igual, eso mismo lo debía reinvertir e incluso abonar un excedente para comprar el tiquete del próximo vuelo, al día siguiente. O sea que ni plata ni viaje ni nada; el daño estaba hecho. Lamentando el suceso estuve pendiente, llamándola y eximiéndola de su responsabilidad ante lo ocurrido, para que no se sintiera mal. Me sentía apenado pasando de un carrito a otro  pero- sé hacer de tripas corazón- aplazamos nuestro encuentro para el día siguiente, me  monté, con actitud de resignación disfrazada de dignidad, al Mazda y emprendí el camino de regreso.

Al día siguiente mi mamá se enfermó gravemente. Entonces fui yo quien tuvo que disculparse por incumplir la cita por culpa de otra situación que superaba nuestra voluntad. Sin embargo, ella no me creyó, me dijo que esa era una historia inventada, que era un desleal e insultos e insultos; tantos que con ellos podría  colmar los caracteres necesarios para una buena serie de columnas. Pero, esa misma noche pudo como Santo Tomás, cuando quiso introducir el dedo en las heridas de la crucifixión, darse cuenta de que la gravedad de mi madre no era un invento mío- con quien terminé tomando una ambulancia hasta el departamento de urgencias de la clínica Valledupar- solo entonces me creyó. Luego me pidió disculpas. Obviamente la disculpé, aunque creo que nunca se lo dije.

Treinta y siete años recién cumplidos y todavía salgo a una cosa y termino en otra. Que la inercia de la Vida se encargue de poner cada cosa en su lugar. A la larga la cancelación del vuelo terminó siendo la primera ficha del dominó que generó el efecto en cadena que terminó rompiendo el delgado vínculo entre esa persona y yo. Por lo que al final  no sé si agradecerle a Avianca por su negligencia o lamentarme por la pérdida de ese alguien en quien por un instante se posó el amor.

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