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Acosado por el acoso

Acosado por el acoso, me veo acosado hoy por escribir sobre el acoso, lindo juego de desagradables palabras cacofónicas y medio “entrabalenguadas” para garrapatear sobre un tema que está de moda, o que las mujeres han puesto en vigencia siendo de lo más antiguo conocido.

Ahora resulta que todo es acoso. Hace treinta años el profesor Ricardo López Tarso, estando soltero y como de 25 años de edad, conoció a Mariela del Junco, cuando esta, de 18, era su estudiante del último año de bachillerato. El educador, amante empedernido de la poesía, como dicen por acá, se la levantó a punta de bonitos versos y poemas con los cuales le declaraba su amor de desespero dejando caer por la fémina, todo un bollito ella, un chorro de babas. Fue aquello, en tal tiempo, sin más variables, lo más parecido al romance que en la finca ‘El Paraíso’, según Jorge Isaac, vivieron Efraín y María.

Cuenta Ricardo que para tal tiempo, usaba unas oscuras gafas acosadoras que, en cubierto, le daban la posibilidad de meterle a Mariela, con ribetes de mafioso y sin que esta lo detectara, unas deseadas miradas de las que matan y de las que su enamorada milagrosamente salía viva.

Hoy, él, con agrado de señor y, ella, con agrado de señora, felizmente casados, se ríen del asunto y acaban por recordar tiempos imborrables al referirse al fino acoso que mutuamente vivían toda vez que Mariela, de soslayo, en el melodrama adolescente del primer sarampión amoroso, con el rabito del ojo también miraba a Ricardo y, a escondidas, en los baños del colegio, leía y releía las lindas poesías de su profesor diciéndole en éstas que estaba dispuesto a todo, sobreviviendo a una cipote traga y con en el miedo de que, de pronto, ella, con cuatro piedras en a mano, lo mandar a comer mierda y hasta allí poeta pendejo.

Hoy todo el mundo acosa o es acosado, ya bien en las oficinas, en los ascensores, en el estadio, en los buses, en los centros comerciales, en las universidades, hasta los políticos acosan a los votantes con discursos excepcionalmente prometedores y allá usted si se deja acosar y vota finalmente por alguno de ellos.

Volviendo al caso de Richard, él es de los que reconoce que no hay una mejor manera más fina de acosar a una mujer que no sea a punta de poesía, y es de la tesis que, a lo largo de su ejercicio de maestro, fue más poeta que docente llevado por Cupido.

Cabe recordarles al respecto, que la señora de Ricardo, Mariela, en tales calendas, pero ahora legítimamente apoltronada en su silla de señora de López Tarso, accedió a éste sin mostrarle ni la rodilla y bajo la metáfora espectral de que sus suegros, de seis de la tarde a siete de la noche, estuvieran presentes a la hora de la visita amorosa, habiendo él obtenido previamente en la policía, salvoconducto de buena persona o, de lo contrario no se casaba con el ornato más bello del “Salón Carioca” que en su tiempo fue Marie (como le decían); prueba fehaciente de que en materia de acoso, el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite. Y tres años después, con saco a cuadros escoceses, Ricardo López Tarso se casó con su exalumna recitando en su fiesta de matrimonio poesías de espectacular acoso amoroso.

Te salvaste Ricardo porque en este tiempo una corte de jueces te hubiera jodido por poeta acosador si en el abstracto paraíso de tu idilio, la Mariela de tu vida, que ahora sería una registrada anti machista, no te hubiese tomado en serio.

Los tribunales tienen la palabra, y excúlpenme si a alguien he ofendido, fue un desahogo, son vainas mías.

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Walter Enrique Pimienta Jiménez: