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Acerca y aleja

Alzaron las voces, se formó un pequeño escándalo en un pasillo del centro comercial. Tres jovencitas armadas, cada una, con su celular gozaban de lo lindo, una se quejaba: “Se quedó en una rayita, no lo ha leído”. “Ya, están las dos, lo leyó, veamos qué contesta”. Esperó un rato mientras las otras dos, con una agilidad envidiable enviaban mensajes (chateaban) y los cling de cada respuesta sonaban tanto que aturdían, se escuchó la voz destemplada de la que esperaba respuesta: “No me contestó, me choca que no me conteste” (¿y a quién no?). Y siguieron matando horas entre el timbre que anuncia la respuesta o entrada de un mensaje o el disgusto por una respuesta que nunca llega. Esa señal que le asegura a uno que ya leyeron lo que se envió, no deja esgrimir disculpas como: “No vi nada, no he leído a mis contactos en todo el día”. No hay excusas.

Es la virulenta entrada día a día de los ya mencionados aparatos en el mundo de las comunicaciones, esos timbres suenan (no los de Vidales) como pititos agudos, como pollitos perdidos o con notas de melodías famosas están en todos lados hasta en misa, sin ningún recato se chatea en momentos de devoción profunda; en conferencias, en el cine, en el baño, en fin, en cada sitio, en cada momento, en cada instante.

A través de ese avance de la tecnología se ha hecho más fácil la comunicación, pero se ha dañado la redacción, porque es un festín de abreviaturas y no valen las reglas gramaticales, esto va a reforzar la teoría que tienen ahora los jóvenes escritores y profesores, incluso, que no importa la ortografía siempre y cuando el mensaje sea claro.

Usar el teléfono celular es una delicia, nadie lo niega, sobre todo cuando la comunicación es con el hijo lejano, el amigo que vive en otro lugar, el amor que está lejos, la amiga que después de muchos años reaparece porque se consiguió nuestro número, para pedir un servicio a domicilio, para hablar de negocios, para hablar de todo, para realizar operaciones bancarias, en fin, lo más grato es escuchar a los ausentes.

Hay un pero muy grande: aleja a los presentes. Alguien, no recuerdo quién, escribió o dijo: ‘El celular es bueno porque acerca a los que está lejos, y es malo porque separa a los que están cerca’ y lo pude corroborar en un restaurante: un señor y dos niñas, al parecer sus hijas, alrededor de una mesa, los tres con sus respectivos teléfonos, ordenaron, quizá sin saber ni lo que pedían, porque estaban acuciosos contestando y enviado razones, risas y señales gestuales. Llegó el pedido, no se hablaron ni una sola palabra, sólo comieron como autómatas, la mente, los ojos, los dedos estaban como prendidos del aparato. Así ocurre en algunos hogares, en muchos quizás.

Lástima que se pierda la dulce magia de una conversación amena a la hora de las comidas, o los coloquios de amigos y enamorados; esa comunicación que nos deja ver sonrisa, asombros, caras de disgusto, risas y hasta alguna lágrima, esa comunicación que nos une más, y no se trata de romanticismo, no, simplemente nos estamos convirtiendo en máquinas, seguimos los impulsos mecánicos de ellas.
No estoy en contra de los celulares, para mí son una bendición, pero es importante que se les de su justo uso, que se ‘chatee’ y se hable cuando hay que hacerlo, pero no en momentos que siempre han sido respetados tanto en el entorno familiar, como en los eventos sociales.

Por Mary Daza Orozco

 

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