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Acampar o marchar

“Al mandato del Señor los hijos de Israel partían, y al mandato del Señor acampaban…” Números 9,18.

Durante su travesía por el desierto, el pueblo de Israel fue obediente en guardar y respetar la disposición del Señor, quien ordenaba los tiempos de partir y descansar. Cuando la nube permanecía sobre el campamento debían permanecer quietos acampados, pero cuando la nube se alzaba, era tiempo de recoger el campamento y alistarse para partir. A la orden del Señor acampaban y a la orden del Señor movían el campamento.

Dios sigue siendo el Señor de nuestro tiempo, él debe ordenar cuándo parar en descanso y confianza y cuándo partir en pos de nuestras metas. La nube representa la presencia de Dios que guiaba al pueblo en el desierto, e igual debería guiar nuestras vidas en el árido desierto de nuestra existencia terrenal. Hoy día, el Espíritu Santo debería marcar los tiempos para acampar, estando quietos y confiados, arropados por su presencia y también el tiempo de movernos y marchar avanzando en el camino a la tierra de las promesas.

¿Por qué Dios nos manda acampar? Porque Dios quiere tener un trato íntimo con nosotros. En la actividad no es posible ver al Señor, los distractores nos nublan la visión. Si el pueblo no se detenía, no podía adorar y rendir culto, porque había que armar el Tabernáculo y organizar los sacrificios que se ofrecerían. Pero también, para disfrutar del descanso físico y espiritual tan necesario, saboreando el cariño de la familia y la amistad de los allegados. Era la manera de estrechar los lazos de amistad y relación unos con otros.

¿Por qué Dios nos manda a marchar? Porque es el momento de emprender nuevas actividades bajo su guía y dirección. Es el tiempo de ponerle el pecho a la brisa y avanzar a pesar de las dificultades, hacia las metas que nos hayamos propuesto.

Amados amigos lectores, no es lo uno u lo otro, debemos atender la disposición del Señor, para hacer ambas. Hay un tiempo para descansar, reflexionar y recomponer; pero hay otro tiempo para actuar y marchar hacia delante.

Por un lado nos asalta el peligro de carecer de todo interés en cualquier tipo de actividad, dejando que nuestra vida esté gobernada por la ley del menor esfuerzo y buscando la manera de conseguir beneficios sin hacer demasiado a cambio. Pero por otro lado, tenemos la tendencia a la inquietud. No podemos detenernos y necesitamos estar siempre marchado o haciendo algo, sin dejar lugar para los tiempos de recogimiento, intimidad o reflexión. El permanente movimiento nos impide percibir otras realidades de la vida que no se cultivan por medio de trabajos y proyectos.

Considero que la clave del asunto no está en condenar la actividad o el descanso; sino en el hecho de que cada una sea realizada en el momento correcto. ¡Dios ordenó un tiempo para acampar y otro tiempo para marchar! Hay un tiempo para el descanso y otro para el trabajo y el esfuerzo. Cuando nos dedicamos al descanso en tiempo de trabajo, hacemos lo incorrecto. De la misma manera, cuando nos dedicamos al trabajo en tiempo de descanso, de familia, de instrucción y de reflexión, también hacemos lo incorrecto.

Mi invocación para que podamos discernir los tiempos y podamos dedicarnos de todo corazón a cada actividad en el momento oportuno. ¡La nube del Señor, el dulce Espíritu de Dios, está esperando para guiarnos!

¡Gózate y alégrate tanto del descanso familiar como del trabajo esforzado y valiente!

Abrazos y bendiciones en Cristo.

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