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Absurdas exigencias del Hijo de Dios

En ocasiones las palabras del Señor en el Evangelio resultan enigmáticas, difíciles de entender y hasta ilógicas. En efecto, la lógica de Dios es diferente a la lógica humana y nuestra limitada razón no logra comprender de manera perfecta los designios del único perfecto de los seres. Por eso, frecuentemente, cuando nos acercamos a la meditación de las expresiones de Jesús, nos parece estar escuchando un discurso al que le hace falta ser razonable para ser aceptado. Tal es el caso del relato evangélico que se proclama en la Misa de hoy.
Jesús llevó a sus discípulos a un lugar solitario y allí les interrogó sobre la opinión que se tenía de él, obteniendo variadas respuestas: “unos dicen que eres Juan, otros opinan que eres Elías, otros que Jeremías”, todos te relacionan con personajes importantes de nuestra historia. Nosotros creemos que tú eres el Mesías. Los discípulos habían descubierto en aquél joven maestro al enviado de Dios, el encargado de aniquilar de manera definitiva la esclavitud, el rey prometido, el salvador y guía de un pueblo que desde hacía siglos le estaba esperando y que, en el colmo de su desespero, dirigía a Dios sus quejidos de manera dramática: “¡Ojalá rasgases los cielos y bajases!”
Era el momento oportuno. El grupo de rudos hombres que un día decidieron dejar atrás todo por embarcarse en la aventura de seguirlo, había por fin comprendido. Era hora de dar el siguiente paso: plantear la estrategia que conduciría a expulsar a los romanos de aquél territorio y reconstruir el reinado de Israel. Pero, ¿qué es lo que hace Jesús? Las palabras que salen de su boca no anuncian victoria sino fracaso: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte…” ¡No! No cabe en la mente de un judío ver a un Mesías crucificado. Los discípulos entonces, se enfrentan con el absurdo.
Pero el discurso no se detiene y al Maestro le parece oportuno poner condiciones a quienes lo siguen. Para ser su discípulo hacen falta tres cosas tanto o más descabelladas que la idea de ver a un Mesías clavado en la cruz: “El que quiera venir conmigo que renuncie a sí mismo, cargue cada día con su cruz y que me siga…” ¿Quién puede con eso? Las condiciones de Jesús parecen opuestas a los legítimos deseos humanos de vivir para sí mismo, rehuir el sufrimiento y encontrar un lugar más o menos estable en la vida para acomodarse y no moverse de ahí.
Meditemos hoy sobre estas tres “absurdas” exigencias del Señor e intentemos descubrir lo que ellas significan en nuestras vidas, teniendo en cuenta que nuestra lógica y nuestra razón estarán siempre infinitamente lejos de la razón y de la lógica de quien todo lo sabe.

 

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