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Abre la puerta…

“Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo. Apocalipsis 3,20

Esta promesa me hace pensar acerca de la cantidad de trabas y talanqueras que ponemos a las personas que se quieren acercar y les cerramos las puertas de nuestro corazón. En estos tiempos de intolerancia y egoísmos, se vuelve cada vez más importante que mantengamos un espacio abierto, de modo que, tanto los amigos como los otros, se sientan bienvenidos para entrar.

Son muchas las razones que nos han impedido tener modelos de papeles fuertes en el sentido natural que queramos seguir. Tal vez se necesita menos instrucción y más modelaje con actores de vida sanos, pero reales, a quienes imitar. Nuestras vidas deben estar allí para que otros las lean, las sigan y las cuestionen. Para que imiten nuestra fe y consideren cual haya sido el resultado de nuestra conducta.

Queridos amigos, ¿Hemos tomado la decisión de abrir las puertas de nuestro corazón a Jesús? ¿Es nuestra vida la puerta abierta que hace que otros se sientan aceptados y bienvenidos ante Dios o se ha convertido en una puerta cerrada a la vida? Debemos vivir vidas de puertas abiertas, en donde las personas puedan asomarse. Debido a las diversas ocupaciones no siempre podremos estar disponibles para todos. Sin embargo, la mayoría de las personas solo necesitan saber que son lo suficientemente valorados como para que en realidad nos importen.

Una de las mejores formas de abrir las puertas de nuestro corazón es compartiendo tiempo con las personas, sin apuros. Es increíble descubrir lo que un oído atento puede aportar para solucionar algún problema o lo que una conversación mirando a los ojos es capaz de hacer en el ánimo de alguien. ¡Es tiempo de volver a conectarnos cara a cara!

La próxima generación está buscando líderes a los cuales seguir. Quieren saber cómo reconocer los límites saludables y cómo ponerlos en su lugar, Es nuestra responsabilidad enseñar las cosas prácticas de la vida y mostrar cómo vivir una vida cristiana equilibrada; no perfecta y sin errores, pero si real y resiliente.

Es la aceptación lo que causa que las personas cambien, no el rechazo. Esto requiere el esfuerzo de volverme incluyente. Sin una política de puertas abiertas, las personas que amamos tienden a asumir nociones erróneas de la vida. Comienza a elucubrar y a presuponer, en vez de tener certezas que les guíen y apoyen en el arduo camino de la vida.

Cada uno trae un diseño original y un plan de vuelo específico, debemos ayudar a que las personas lo descifren y cumplan el propósito para el cual Dios los creó. Es hora de colgar un cartel en las puertas del corazón que diga: ¡Está abierto, entre!
Saludos y bendiciones en Cristo.

Por Valerio Mejía 

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