La verdad es el suceso como tal, que muchas veces al llevarlo al momento presente, se distorsiona y tiende a perder su esencia; es lo que nos ocurre cuando recordamos y traemos a la memoria algún acontecimiento de otros tiempos en donde la fotografía exacta de dicho suceso, en alguna u otra forma no se transcribe o trasplanta bajo la total realidad, pues algo queda faltando o algo sobra.
Esto me permite deducir que la verdad real no existe y es entonces cuando lo fantástico a través de la imaginación sale a relucir para su demostración total. Entonces, las ideas de Dios, creación, naturaleza y otros misterios de la vida, en algunos implementan la duda, en otros la emoción sin sentido, y en la mayoría cuando hacen uso de la razón y sus criterios básicos, entonces se ve la realidad bajo la verdad con tendencia a la verdad.
Cuando utilizamos la verdad para enjuiciar a algo, o a alguien, por algún desafuero cometido y hacemos uso de las normas que dirigen el bien y el mal para dictar sentencia, la mayoría de las veces nos equivocamos, pues nos basamos en la supuesta verdad y nos olvidamos de lo que es la justicia, que por estar amarrada a la verdad normativa nos aparta de la emotividad, que encierra temas, cuyo análisis despierta intereses profundos en la toma de decisiones.
Cuando una persona por ejemplo roba y la vemos actuando, bajo nuestra mente racional está la verdad, pero bajo los estados emotivos del actor valdría la pena analizar el porqué de esta acción bajo los supuestos de la supervivencia o bajo los supuestos del hábito, enfermedad o costumbre de realizar este acto específico.
Bajo el aspecto de la necesidad, valdría la pena analizar la acción dolosa, y es aquí donde saco a relucir que, a veces la verdad no puede hacer parte de la justicia, como tampoco parte de la agresión a las normas básicas preestablecidas para implantar la moral y las buenas costumbres.
Vivimos bajo un cúmulo de problemas cotidianos por la lucha insensata del hombre contra el hombre, cuyo significado final nos aleja tanto de la verdad como de la justicia, y el libre albedrío guía entonces las actitudes de los más fuertes, porque a falta de normas o su cobardía en aplicarlas se perdería por siempre la contingencia y el orden universal en donde quedaríamos atrapados por los sistemas artificiales, que sin cuerpo real y alma emotiva marcarán el fin de la vida sintiente.
Para decir la verdad hay que tener mucho valor, y, sobre todo, mucha sensatez para divulgarla, no vaya a ser tergiversada en el camino y en un mundo proclive a la injusticia todo se vaya a la nada.
Para aplicar la justicia hay que tener mucha valentía con criterio y personalidad y con un sentido equilibrado entre emoción y razón para que cuando aparezca el sentimiento se sepa con exactitud hacia dónde vamos, que debemos hacer y cómo deberíamos actuar para lograr los verdaderos propósitos sociales, y sólo así podríamos darnos cuenta que a veces la verdad no hace parte de la justicia.
En la clase politiquera actuante de los países venales y corruptos, por ejemplo, en donde nunca se conoce la verdad como tampoco la justicia, la combinación de las dos es una utopía, que podría destruir con una facilidad única cualquier tipo de normatividad que el Estado respectivo deba y pueda generar cuando se le ha dado categoría de dignidad al engaño, al fraude y a la mentira base de la supuesta justicia social pregonada por esos gobiernos para establecer sus tiranías.
Por: Fausto Cotes N.