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‘A Valledupar’, de Andrés Salcedo

Gran nostalgia le dio por la ciudad que había apenas dejado, cuando decidió componer en Bogotá una canción y buscar con desespero a Lucho Bermudez para que se la grabara. 

Y al buscar un nombre no dudó: “Esa canción se la hice a Valledupar”, repetidamente decía.  Andrés Salcedo González murió en Puerto Colombia ayer en la madrugada y su deceso causó revuelo en círculos periodísticos, culturales y deportivos.

Había sido locutor, reportero, hombre de radio pero también de televisión. En Colombia y en Europa. Y tenía una capacidad de mirar, absorber y contar historias, de la provincia, cuando vivió en Valledupar, al iniciar la década de los 60s, a la que llamaría en la canción como “la tierra mía”, donde estaba en ebullición, próximo a despertar  un “nuevo mundo”. 

También recogió de la radio alemana la deutsche Welle la narración de los campeonatos mundiales de fútbol, o en la televisión nacional o internacional para que viéramos ‘el Mundo al Instante. 

En fin, Salcedo terminó siendo el colombiano que más supo de la irrupción del vallenato, cuando hacía sus pininos para que lo dejaran entrar al Club Valledupar,  y de sus personajes macondianos, antes del festival. (Lo recordó después en varias entrevistas, pues lo cubrió día a día en Radio Guatapurí, a la que llegó contratado por su fundador Manuel Pineda Bastidas).

Sabía del mundo costeño, de los medios de vanguardia entonces, la radio y la televisión, y del fútbol europeo.  

Alcanzó a escribir interesantes crónicas y cuentos y dos novelas. Su hijo Alberto Salcedo Ramos es uno de los grandes cronistas colombianos, siguiendo las huellas de su padre que había ganado premios de periodismo en España y Colombia.  

Escribió una crónica en Cromos el 9 de mayo de 1994 sobre la época crucial del Valle que le tocó vivir, “cuando aún no había festival”: “…No todo era rencilla política. Meche Romero reseñaba la vida social en el Club Valledupar, donde estaba prohibido tocar vallenatos. El taciturno poeta Gustavo Gutiérrez, que andaba enamorado platónicamente de la hija del gordo Rafa Roncallo, componía sus primeras canciones y las estrenaba en nuestra emisora. Y una ama de casa, de apariencia inocente, enviaba a la emisora, sus comentarios escritos con vitriolo: la Cacica Consuelo.

Esa emisora hizo el descubrimiento del siglo: el de que, del otro lado de la Sierra Nevada, rodeado por campos de algodón y amodorradas dehesas y separado del resto del país por carreteras polvorientas donde se inmolaban los destartalados buses, vivía y sufría el pueblo más original de este lado del mundo. Un pueblo con una voz identificable.  

Todo estaba en germen en aquel bucólico Valledupar… Ya estaban ahí todos los personajes de la epopeya: Rafa Escalona, Colacho, el pintor Molina, Víctor Cohen, Pavajeu. Los dulces de la vieja Aminta. Faltaba tan solo el festival. Con él vendrían también los cronistas de aquel mundo mágico. Nosotros, que éramos jóvenes y forasteros, tan solo ahora podemos valorar lo que significa haber estado allí”.

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