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A tres años de tu adiós… madre del alma

Hace tres años partió a la eternidad un ser humano extraordinario, una mujer que llenó mi corazón de felicidad, de alegría; así la recuerdo, aunque con la nostalgia de hoy no tenerla, ni poder verla.

Tres años sin mi madre amada, María del Rosario Vergara Reyes, una campesina de honor que se entregó de manera especial al cuidado de sus hijos; esa que una vez tuvo que emigrar de su terruño y le correspondió, en suerte y designios de Dios, asentarse en Valledupar, desde ese momento le apostó a una vida que sorteó para el bien de su familia. 

Encontró en Valledupar una tierra próspera, con gente cálida y muchos sueños por cumplir… aquí se quedó y aquí vivirá por la eternidad.

El corazón le volvió a decir que sí y se enamora de nuevo y de esta manera nací yo. En esta tierra hermosa.

“Mamá, ay mamá… que bello sueño tuve ayer/ mamá, pero mi mama, yo me volví a enniñecer/ íbamos los dos, en un gran barco de papel/ donde yo era el capitán en el país de la ilusión/ y que orgullosa estabas tú. Pasó el tiempo, mucho tiempo.

Aunque de ti yo esté lejos, en mi pensamiento estás/ Madre te canto de corazón/ qué dolor, qué dolor no tenerte cerca vieja/ madre te pido perdones, este pecador mamá/ madre te canto esta dulce letra/ aunque no soy un poeta, pongo la intención vieja.

La letra de esta canción que interpreta el Joe Arroyo, se ha convertido en un himno al sentir y al amor de este hijo en honor a su memoria, sagrada para mí, y desde luego a la memoria de todas esas bellas madres que hacen falta en el hogar y que no están.

Duele que el tiempo pase, que se marchiten los jardines, que las auroras lleguen y tú no.

Duele que los atardeceres se entreguen al mar y yo no pueda entregarme al aroma de tu pecho; al calor de tus brazos, son tres años sin ti y eso duele.

Justamente ayer recordaba, las tardes en las que nos sentábamos en la puerta, con Norita, a comer pan de sal ‘tostao’ con cola, ¿recuerdas? Todo un ritual, echarle la gaseosa al pan y disfrutarte viéndote lo feliz que eras con esas pequeñeces que nos unían más.

Fui feliz contigo, y eso gracias a lo sencilla que eras, siempre dispuesta, no había una invitación que despreciaras, siempre dispuesta para mí. Y así viajamos y paseamos juntos.

Tres años que no sentimos tu risa y tu voz alegrando la estancia, tres años en los que tus cuentos y anécdotas quedaron huérfanos; solos en nuestro recuerdo, en nuestra mente.

“Recuerdo el arroz de coco, que ella me servía, el agua de la tinaja donde yo bebía; cuando estoy enfermo te lloro y recuerdo; todas las noches le pido a mi Dios, que a ti te tenga bien mi vieja.” Tal cual es.

Y las visitas dominicales infaltables, a jardines, para hablarte, elevar a Dios una oración, una súplica desde el alma por ti; una flor en tu tumba y de esa forma sentirte tan cerca. Te extrañamos madre amada.

“Hermosa madre me regaló Dios… Una como la mía, solo la tuya señor”

Les ruego me disculpen, mis lectores, si hago tan personal esta nota, es la manera como mi corazón se desahoga, llora y siente esto como un homenaje sentido a mi madre y a todas las madres que están en el cielo y que tanta falta hacen.  Sólo Eso.

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Eduardo Santos Ortega Vergara: