La última vez que me preguntaron en Codazzi por la temperatura media de Popayán, no vacilé en responder que 18° grados. Hoy, 2024, mi respuesta sería distinta; empezaría por la temperatura que registra el termómetro en mi estudio, en el segundo piso de la casa. Después del mediodía mide temperaturas que fluctúan entre los 28 y 30 grados. Para Popayán es un calor insoportable, ya es necesario bañarse dos veces. Por la noche el ventilador funciona hasta las primeras luces del nuevo día.
Por estos días he pensado mucho en mis paisanos, especialmente los habitantes de Valledupar y Codazzi, lugares que suelo visitar en agosto. La última vez fue el año pasado, con dos novedades: la escasez de agua en Valledupar, en barrios donde hace pocos años no faltaba el preciosísimo líquido; en Codazzi, la sorpresa fue un poco más grata, porque si ya es costumbre que falte el agua, los pobladores se han preocupado por sembrar árboles al frente de sus casas, árboles de acogedor follaje. Caminar por los andenes, desde el tradicional barrio Machiques hasta la plaza principal, es un sosegado paseo.
Llegué a pensar que todo eso era fruto de un programa de conciencia ambiental en las instituciones educativas del Municipio. Pero la duda empezó a bajarme de la nube cuando visité el Megacolegio Nacional Agustín Codazzi; una imponente planta física, sí, pero con amplios espacios donde no había árboles. Desde entonces, esa árida visión me venía rondando.
De esa visión nace el propósito de este artículo. Y el tiempo apremia. En efecto, la educación ambiental, en razón del calentamiento mundial, debe pasar a ser la asignatura más importante del currículo escolar. Desde la escuela, los estudiantes y docentes deben ser mensajeros de la buena nueva de este siglo: amistarse con la naturaleza. Cuidar la fauna, para que en adelante no se hable de animales en proceso de extinción; y preservar la flora, para que en la casa no falte el agua.
Y los niños en el hogar, ¡a darles ejemplos a sus padres! Que la idea de sembrar dos o tres árboles frente a la casa no nazca ya de los adultos, sino de los niños. Estos nuevos sembradores le llevarán al profe la foto de los árboles sembrados, y esa será la nota final de la nueva asignatura: 5.0 o 10, según la tabla vigente. En las iglesias, los sacerdotes y pastores también pueden adelantar una labor muy importante: con carisma y persuasión llegar a los feligreses con el nuevo mensaje, sembrar árboles.
Ya en la antigüedad, cuando la deforestación estaba muy lejos de los niveles escalofriantes de hoy, sembrar árboles estaba en el imaginario cultural de los pueblos. En efecto, en la conocida obra ‘Los viajes de Marco Polo’, año 1300 (s. XII), hay una sentencia que bien puede aplicarse a profesores, sacerdotes y pastores: “Dicen que a quien manda a plantar árboles se le concede larga vida”. Es decir, los árboles son garantes de vida.
Por: Donaldo Mendoza