Señor alcalde de Valledupar, Mello Castro González: estoy convencido de que tiene la posibilidad de realizar una gestión memorable en bien de Valledupar. De hecho, está demostrando sus capacidades. Sé que tiene muchos retos: movilidad, inseguridad, venezolanos, drogadicción, desempleo, invasiones, huecos en toda la ciudad, entuertos dejados por la administración de Socarrás y Uhía, etc., etc., etc. Y además agréguele dos más: espacio Público y Peatón a los cuales me voy a referir.
Primero: procure que Valledupar sea amable para quienes han decidido moverse a pie. Recupere para esta ciudad algunas de las normas que estableció Mockus en busca de que el ser humano fuera más importante que los automóviles, es una ciudad que parece diseñada para ellos. En cuanto a la ocupación indebida del Espacio Público no es un problema nuevo. Algo tan cierto como que esperar una solución total es cuando menos utópico. Ahora bien, esto no puede conducir al conformismo.
La radiografía del asunto es preocupante. Ante este desafío del Espacio Público, hay que evitar el falso dilema que pone a las entidades competentes a decidir ante una política represiva, de persecución implacable a quienes usufructúan plazas, parques, aceras, u optar por mirar para otro lado y delegar sus funciones constitucionales en oscuros personajes que terminan regulando dicha ocupación mediante la extorsión.
Esta última opción que es la que se ha elegido en más de una ciudad ante el fracaso de programas de reubicación, implica, además de tolerar el ilícito, ver peatones arriesgando su vida en la calle, al estar el andén totalmente copado por personas que, por cierto, no siempre se encuentran en situación de vulnerabilidad.
Y es que muchas veces se trata de prósperos comerciantes que prefieren sacar provecho de las ventajas de no tener que pagar arriendos, ni impuestos, ni someterse al control de las autoridades para montar pequeños negocios. Al tolerar esta vía se envía el mensaje de que ser formal no paga. Quienes sí lo son y están sujetos al control de las autoridades tributarias, ven con comprensible frustración cómo, por omisión, se estimula la informalidad. Aquí, se dirá, una vez más “el vivo vive del bobo”, o sea al que le cumple a la ciudad.
Se necesita una combinación de audacia, firmeza y capacidad para entender el fenómeno en toda su complejidad. Esto se logra con una acción decidida y sostenida de las entidades competentes que conduzca a compaginar el derecho de los ciudadanos al goce efectivo de un espacio público seguro y sano con oportunidad de trabajo de los sectores excluidos de la población.
Y finalmente, métale la mano a la cultura ciudadana. Y dos recomendaciones finales, señor Alcalde: Primero, evite que el bamboleo politiquero que lo llevó a vestir camisetas de tantos colores afecte esa independencia que debe acompañar su gestión. Segundo, el dinero es sagrado. No ahorre esfuerzos en aras de la transparencia. Siga mis consejos, que se los seguiré dando.