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A mi vieja ausente

“Querida mamá, yo vengo a darte mi despedida, y a darte las gracias por lo buena que fuiste conmigo”: (Camilo Namén)
Un cuatro de Febrero del año que no deseo recordar, Dios se llevó de mi lado a mi vieja; ante la brutal realidad que no podré cambiar, me consuelo al evocar los maravillosos recuerdos de una madre amorosa y sufrida a quien no pude cumplir mi promesa de estudiar para ser rey, aunque para ella realmente lo fui y ella la reina mía.

El altísimo nos premió con una mamá que nunca pudo asistir a la escuela, pero que le dio una inteligencia innata y especial, escribía maravillosamente, leía a la perfección, sacando cuentas nadie le ganaba y con razonamientos que fueron definitivos en nuestra formación intelectual y moral, no tuvo riqueza porque no la ambicionó, pero sí fue esclava del trabajo y de sus convicciones, solía decir, que la única inversión segura, era la educación de los hijos, y se sentía orgullosa de haber trabajado desde los quince años para ayudar a sus viejos.

Doy gracias a Dios por haberme dado esa viejita maravillosa a quien en vida dejé de quererla por adorarla pero, el tiempo fue insuficiente para retribuirle como correspondía todo el amor que me prodigó, pues, por obra y gracia de la Divina Providencia, vine a esta tierra cuando nadie me esperaba, por eso a mamá la conocí muy tarde, y nací cuando ella había vivido cuarenta de sus setenta y cinco años de existencia, es decir que vi por primera vez la luz de sus ojos, cuando había transcurrido ya más de la mitad de su periplo vital.

Conservo en mi mente como registro indeleble su rostro alegre por las satisfacciones recibidas que y que bien merecía, pero también llega a mi pensamiento su rostro bañado de lágrimas por los problemas de toda la familia y como epílogo y final se repite en mi recuerdo el día que la despedimos con sus ojitos cerrados dormidita en el sueño eterno con la esperanza de su resurrección, resignada y su corazón lleno de gozo por su encuentro con el Señor, pero igual sé que también con dolor porque dejaba en este mundo donde hay tanta gente mala y también buena a su nene, a mí llegando a su fin nuestro mutuo pechiche y complacencia.

Sabemos que allá hay mejor vida o mejor la verdadera vida, pero ya no estaré para darle los masajes que le gustaban ni cortarle las uñas, mientras me contaba todo los sucedido durante mi ausencia, era ese un ritual irrepetible, que los dos disfrutábamos a plenitud.

Mi vieja, mamá, Ita, gracias por la vida, por haberme dado un papá honesto y ejemplar, por los hermanos que me regalaste, por el abuelo que nos diste filósofo autodidacta, que de todo sabía y que tantas cosas nos enseñó.

Haber nacido de tus entrañas, es la más inequívoca prueba de la existencia de Dios.

Está demostrado que el dolor de madre, es permanente, incisivo y brutal.

 

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Luis Eduardo Acosta Medina: