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A mi madre

Ella nunca me dijo que debía admirar y respetar a la mujer… Ella me enseñó a hacerlo.

 

Leonardo José Maya

 

Médico Oftalmólogo

El primer -y único- infortunio que he tenido en la vida sucedió una tarde de junio, poco antes de cumplir mis cuatro años de edad. Mi padre partió de casa para nunca más volver. Entonces el mundo se me derrumbó sin poder entender nada. Esto fue tan devastador que aun hoy sufro su ausencia.

Mi madre buscó refugio en el único lugar del mundo donde podría encontrarlo. Regresó a su casa materna con sus dos hijos: mi hermana y yo. Era una casa de paredes muy altas cerca al rio, en La Junta, Guajira, franqueada por dos árboles inmensos,y rodeada de flores de fragancias exquisitas lo que hacía que permanentemente estuviera adornada de mariposas bellísimas.

Allí viví mis primeros años, criado por mujeres, entre flores y mariposas. Recibí todo el amor de mi abuela, tías  y familiares. En casa habían unos  libros de medicina de mi padre –era farmaceuta y autodidacta- con ellos comencé a soñar con ser  médico, lo que era absolutamente imposible para nuestra situación económica.

Mi madre se dedicó a vivir para nosotros entregándonos todo su amor y protección y no le quedó tiempo para rehacer su vida sentimental. Muy niño me inculcó normas de respeto y urbanidad, también nos dijo que el mundo podía conquistarse, que yo sería lo que quisiera ser si me esforzaba en lograrlo. Me enseñó que nada valioso se consigue fácilmente, que todo nace del esfuerzo y sacrificio. Fue ella quien me enseñó a perseguir mis sueños y en el camino me forjó el carácter y firmeza en mi determinación. El mejor acero –me decía- se forja a golpes y fuego intenso, nunca lo olvides.

Nunca tuvo un comentario desobligante para con mi padre, tal vez lo seguía amando, pero su entrega fue tan grande que se esforzó inteligentemente para que de pequeño no me lastimara tanto su ausencia. Ella jugaba conmigo a carritos y volábamos cometas.

No tengo complejos, ella me enseñó que no debía mirar a nadie hacia arriba porque nadie era más grande que yo, que tampoco mirara a nadie hacia abajo porque jamás sería más grande que nadie. Debes mirar a todos a tu misma altura, pero admira y respeta el talento y capacidad de las personas, me decía. Eso lo aprendí muy bien.

Ya está viejita y tiene los ojos cansados, pero todavía entrega sus consejos, me levanta cuando caigo y endereza mi camino;  somos compinches y nos guardamos secretos, entre ella y yo existe una especie de pacto de compañeros de lucha.Fue una leona para protegernos y valientísima ante la adversidad, jamás claudicó ante sus imposibles y nunca la vi llorar – recientemente supe que muchas veces lo hizo pero nunca permitió que yo la viera- cuando miro atrás y observo todo lo que hizo por sus dos hijos entonces la admiro más. Ella es mi heroína, mi madre es el sol que me ilumina y el viento que me empuja, ella representa mi vida misma, perdí muchísimo a corta edad, pero ella corrigió mi destino mostrándome un mundo maravilloso de sueños y posibilidades.

No se como habría sido mi vida con la presencia de mi padre pero estoy seguro que sin su partida jamás hubiera conocido el mundo de amor, esperanzas y sueños que ella me mostró.

Tampoco sé cómo hizo para darme mis estudios de medicina en la Universidad del Norte, pero ella marcó el sendero, después, Dios puso ángeles en mi camino como Antonio German Bolaños, mi querido  tío materno y Blanca González de Maya, posterior esposa de mí padre.

En mis intervenciones y discursos siempre la menciono como un tributo a su enorme esfuerzo y dedicación.

Hace unos meses mientras hablaba ante las damas voluntarias de la cruz roja, pronuncie estas palabras: “quiero contarles un secreto de mi vida personal: de niño me tendía en las piernas de mi madre y acurrucado en su regazo me dormía,el día de año nuevo me dormía esperando los castillos y las luces, ella me despertaba con insistencia, yo adormitado y entre sueños escuchaba los estruendos y divisaba a lo lejos las espléndidas luces multicolores que se elevaban al cielo pero al día siguiente divagaba en la incertidumbre de si esto era real o un delirio onírico de mi imaginación infantil. Mi secreto señoras, es que aún hoy día cuando estoy ante algo sobrecogedor o excepcionalmente hermoso me asalta esta misma duda y no puedo distinguir mis sueños de la realidad”.

Amigos lectores, ahora mismo dudo si esta columna realmente  la estoy escribiendoo es otro de mis delirios, pero, porsi es real, déjenme felicitar a todas las madres,especialmente a mi esposa Angelly Hoyos, seres maravillosos de bondad, amor y pureza.

Permítanme decir: gracias Dios mío por  la madre linda que me diste, gracias Efigenia Amaya por darme y protegerme la  vida, pero ante todo gracias por realizar la extraordinaria utopía de mostrarme un mundo mejor cuando lo creí destruido para siempre.

ljmaya93@hotmail.com

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