X

A mi amigo Juancho De la Espriella

Por: Miguel Ángel Castilla Camargo
miguelcastillac@hotmail.com

A todos en alguna época de nuestras vidas, nos ha tocado mimetizarnos.No solo bastan los buenos referentes para salir adelante. El triunfo esquivo, como la adversidad, siempre suelen marcar un derrotero.

Expiraba la década de los 80s en Bogotá, la capital de varias tabernas célebres donde el vallenato brillaba en sitios como, La otra casa de los Zuleta en la carrera 24, y Tarantela con el cantante de planta Ciomo Baquero en el barrio Galerías. También existía otra gran discoteca en la calle 23, cerca a la carrera décima, donde tocaba Jorge Nain Ruíz, y luego, con los años, la 57 en chapinero se llenaría de sitios teniendo el mayor reconocimiento la famosa Estrella de Patillal. con Checha Araujo y Milito Gómez. Como no recordar a “El Charra” López de esa gran dinastía del viejo Pablo.

Todos aquellos músicos, casi hechos para afrontar la peor de las batallas, ya tenían un aliciente, y Juan Mario De la Espriella, apenas comenzaba a buscar el suyo; para esa época, ya el vallenato gozaba de cierto status y Carlos Melo, Efraín Carlos Moreno, Cesar Augusto “con mucho gusto” Duque, Francisco Ramírez, Alex Emilio Maestre y Edi Cárdenas en la radio, habían adelantado una tarea titánica al igual que Félix Carrillo en la prensa escrita.Desde Valledupar, “La Cacica” Consuelo Araujo nos empujaba a todos con su ímpetu y su amor por su folclor.

Aprendí, que si cada ser humano tuviese, además de personas, una mascota o un instrumento, seguramente tendríamos aún, muchos seres queridos con nosotros. Cuando alguien vea auna persona hablando con las matas o un pájaro, bendígalo porque encontró un bálsamo para apaciguar las penas. Ese es el caso de mi amigo Juan Mario De la Espriella Salcedo, un acordeonero tocado por Dios; a doña Rosario Salcedo, su mamá, mujer de temple que supo sortear  el infortunio con hidalguía, le tocó ver a su hijo en la adolescencia formarse como músico, ser humano, con la incertidumbre de una profesión y sin su padre Carlos Adolfo De la Espriella, quien había partido sin retorno. Ella mejor que nadie, sabía que su retoño tenía una gran conexión con su abuela materna, excelente pianista de antaño. Unos años atrás, bajo la tutela de su papá,Juancho conoció el poder inescrutable de la música.

Como muchos juglares, Juan se escondió en su acordeón; allí en ese instrumento ya lo habían hecho otros juanes como Juancho Polo y Juancho Rois; ni que decir de Cirino Castilla con su Caja y Alejo Duran, que lloró al saber que en una trifulca de Samuelito Martínez en la Loma de Potrerillo habían destruido un acordeón. Curiosamente a todos, el diablo se les apareció de las miles formas que suele aparecerse. A excepción de Polo, muerto de física tristeza, todos salieron triunfantes bajo los designios de Dios.

Como muchos, Juan que había comenzado su carrera en la Universidad Externado de Colombia, declinó sus aspiraciones en favor de la Música. Varias veces estuve en su casa en Bogotá, y recuerdo muchos videos del Cocha Molina – su gran mentor- y los rebrujes  de Caja de “El pulpo” Rodolfo Castilla. El los miraba una y otra vez, y solamente se truncaba aquel taller cuando su mamá nos llamaba para comer. Ensayaba como si fuese el final del mundo.

Creo que no hay una mujer que le haga tanto honor a su nombre, y que haya orado más por sus hijos que Rosario Salcedo; pues bueno, esas plegarias tuvieron efecto en muchas cosas, pero no en la música a la que inicialmente miraba con recelo; a Juancho que ya tenía sus ángeles de la guarda representado en sus hermanos, Carlos H y Fabiana, no solo se le apareció Miguel Osorio y Miguel Cabrera en el camino, sino  también Guillermo Mazorra de la Sony Music y tanto otros que le dieron la mano. Tenía la ventaja de llevar dos apellidos de una alta calidad humana que le permitiría abrir puertas.

Allí, en su humildad, radica su grandeza y de ello dan fe Peter Manjarrez, Diomedes Díaz, Silvestre Dangond, y su valiente esposa Doly Caliz, hecha de una madera tan especial, de esas que germinan cada cierto tiempo. Dios sabe porque puso a Doly en su camino, gregaria, protectora, amiga y madre de Salvatore y Manuela.

El mejor acordeonero no es el que más digita, y eso lo representa Juan Mario, un estudioso permanente de la polifonía de su instrumento, que hace la diferencia, no con sus dedos, sino con el corazón.El hijo del cacique de La Junta, el gran Martin Elías, sabrá reconocer su sabiduría.

Bueno Juan, yo también encontré mi aliciente. Bendiciones para ti y tu familia, y que suene: El Boom del Momento.

Categories: Columnista
Miguel_Angel_Castilla_Camargo: