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A los jóvenes escritores

Dijo una vez un sacerdote que el pecado que más acusaban los devotos es el de la murmuración. Yo creo que ese es un mal que nació con el hombre, pero que se ha ido agigantando, en lugar de ser lo contrario, a medida que el mundo crece, basta con fiarse en el mal llamado periodismo del espectáculo que se ha llegado a extremos ridículos, porque en él meten hasta a los escritores que solo viven en la soledad de sus mundos, los que ellos mismos crean.

En nuestro medio, en donde la mayoría nos conocemos, el chismorreo se aumenta, no sólo en las mujeres, que eran las señaladas como las “corre ve y dile”, también en los hombres que las superan en crudeza y mordacidad.

Pensemos en que mientras menos nos metamos en la vida personal, no pública, de los demás, seremos mejores seres humanos, la elegancia se hará presente en nuestro actuar permanente y con la mente sana nos volveremos críticos, pero de situaciones, de obras literarias, de política, de hechos internacionales, siempre con sapiencia, porque el tiempo que se utilizó en leer en escuchar programas interesantes, y no en chismorrear, nos va llenando de un acervo cultural que nos aleja de cosas tan banales como pasarnos una hora criticando sin sentido.

Me ha llamado la atención, con cada publicación de mis libros, que algunos lectores aseguran que todo lo que narro me pasó a mí. Ese será tema de otro escrito. Ahora quiero llegar a los jóvenes escritores para que no se asusten con las críticas y se defiendan con altura cuando los ataquen sin sentido; para que toreen la envidia, esa es la palabra y no hay que andar con eufemismos; ¿cómo se torea la envidia? Alzándose de hombros y pensando que si lo envidian es porque está haciendo las cosas bien.

Pero piensen también que van a encontrar en número superior a lo que he mencionado, la generosidad de la gente que los lee, esa misma que lo despierta temprano para decirles, por teléfono, me gustó el libro, o no me gustó esto, pero aquello sí, o quizás una columna, un comentario en un periódico, eso supera todo lo otro, que manejan los que no hacen nada en la vida.

Este oficio es como todos: como el del zapatero, o el del que cambia las llantas de un carro; ellos también reciben críticas o satisfacciones por su labor; es la vida, es la condición humana. Sólo que hay que aclarar o protestar cuando es necesario, pero no diga nombres porque da importancia a los que lo molestaron, usted siga adelante y cuando lo ataquen solo diga: yo escribo y punto.

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Mary_Daza_Orozco: