Cuando los políticos quieren traicionar un ideario de partido o simplemente anteponer su interés particular al principio ideológico que los identifica con un proyecto político, acuden a una línea estratégica llamada pragmatismo, para olvidar escrúpulos y correr tras los apetitos que empañan la imagen del noble ejercicio de trabajar por el servicio público. Es lo que llaman hábilmente el dinamismo de la política.
Es el espectáculo que nos van a ofrecer en estas tres semanas antes de la segunda vuelta; los que parecían tener problemas personales de un momento a otro apartarán ese desacuerdo, los que le apostaban a la Paz también modificarán su discurso de perdón por el eterno castigo insensible al perdón y los que programáticamente eran agua y aceite, buscarán con lupa minúsculas coincidencias, para ponderarlas en torno a un acuerdo cuya piedra angular solo será el interés personal; con el problema para ellos y la ventaja para el ejercicio democrático, que las cifras de la última elección muestran un electorado sordo a las componendas de los líderes.
Así es, el doctor Iván Duque y el doctor Gustavo Petro esta vez no tendrán que ofrecerle ministerios a los Gaviria o a los Roy y Benedetti o a los Vargas Lleras o incluso ni a los Fajardo, porque su preocupación debe ser cautivar esa franja independiente del electorado que el domingo pasado dieron el estartazo contra las maquinarias, las grandes perdedoras de esta jornada.
Tampoco es el momento de avivar la desinformación y el odio, un candidato que edifica una campaña política sobre el combate sin cuartel de sus electores no merece ser Presidente de la República; el pueblo lo que quiere escuchar son propuestas realizables, cuyo beneficiario sea el ser humano del común, liberándolo de la perpetua condena de ser lacayos y contribuyentes de los poderosos imperios económicos, que poco o nada les interesa el bienestar general.
Nosotros como electores también tenemos una responsabilidad. Cierto es que la política como la religión es pasión y en nombre de ese estado de obnubilación se han cometido los más atroces crímenes y se han sufrido las grandes equivocaciones, pero hoy la juventud con su masiva votación exige un alto en el camino, apostándole al voto de conciencia, en contra de la vieja política que solo busca la ventaja personal y usa el odio como facilitador de la eternización en el poder. Los ‘millennials’ abanderan la solidaridad como principio.
Entonces preparémonos para que el proceso de elección termine tan bien como va, decidiéndonos por el que realmente consideramos el mejor, sin mentiras, sin mitos. Solo pensando que el país necesita del perdón, del reconcilio y la tolerancia a la diferencia, para cobrar la grandeza que nos han negado en los siglos de vida republicana que tenemos. Un abrazo.
Por Antonio María Araújo Calderón
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