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A desempolvar el pasaporte

Nunca, en mis 46 años de vida, me sentí en Colombia, en mi propio país, tan incómodo como en las últimas 6 semanas. Si bien he vivido en el exterior y he tenido oportunidades para radicarme afuera de manera definitiva, el amor por Colombia siempre prevaleció y me dio la claridad para decidir quedarme. 

Pero ahora las cosas han cambiado mucho. Me siento incómodo, me siento ajeno, me siento como extranjero en mi propia casa.

Me duele ver cómo el “todo vale” se ha normalizado, cómo 11 millones de votos apoyaron una cadena sistemática de acontecimientos que mostraron niveles de corrupción y de pobreza moral sin antecedentes en nuestra historia, cómo nos gobernarán hampones sin escrúpulos que le han vendido el alma al diablo. La campaña más sucia de la historia logró su cometido, se hizo al poder. 

Me dejó muy preocupado el discurso de Petro y Márquez el pasado 19 de junio. Tuvimos que padecer a 2 pésimos oradores, a 2 personajes nefastos que no hilaban más de 3 palabras antes de tomar aire; un discurso eterno que no dijo mucho. Me preocupó oír que Colombia es esclavista, que todos somos racistas, que hemos explotado a hijos de esta misma tierra de una u otra manera. Mentiras, mentiras y más mentiras. Tuvimos que oír cómo Petro, mostrando total irrespeto por la institucionalidad, sin siquiera posesionarse osó pedirle al Fiscal General y a la Procuradora, nada menos que desconocer la ley. ¿De cuándo acá hay que liberar a los delincuentes y restituir a quienes no se someten al estado de derecho?

Estoy seguro de que muchos de los que fuimos derrotados teníamos la tranquilidad de contar con unos partidos políticos y un Congreso donde el petrismo sería una minoría fácil de controlar. Pero nos hemos sorprendido al ver cómo la mermelada y los contratos millonarios del estado, descaradamente y de frente a la nación, doblegaron los principios y valores de conservadores, de liberales, de partidos como el de la U y Cambio Radical y los cooptaron para que ahora sólo el Centro Democrático y algunos conservadores nos representen ideológica y políticamente.

Me duele haber votado por Rodolfo Hernández, en quien confié y a quien apoyé para luego sentirme huérfano, sin representación de mis ideas y creencias. Apoyé al ingeniero en la segunda vuelta y tuve que ver cómo, después de asustarse con el cuero, se estrechaba en abrazos con Petro y renunciaba a hacer oposición y a representar a los 10 millones que lo acompañamos con el voto. 

Nuestra democracia cayó al punto más bajo porque a pesar del dolor de ese voto perdido, ni siquiera puedo sentir arrepentimiento porque la otra opción era Petro. 

Y para rematar estos días de pesadilla aparece el informe de la mal llamada Comisión de la Verdad. Dicho documento, cuya hechura nos ha costado más de 300 mil millones, lo único que hizo fue cumplir con el rol de lavandería de delitos de los guerrilleros. 

Ahora resulta que los delincuentes lo son por culpa del estado, que los obligó a tomar ese camino por sus abusos e injusticias. Ahora los narcoguerrilleros de las FARC, que no han reparado a una sola de sus víctimas, son almas de la caridad que lucharon a nombre del pueblo oprimido y la fuerza pública abusó de su poder y generó el conflicto. Y sin que eso fuera suficiente, fue más allá e hizo sugerencias. 

Todo organizado para que luego Petro, recién electo, diga que dará cumplimiento a lo allí sugerido. Nos creen idiotas. Así lo calcularon y así les resultó.

Todos estos hechos son los que me tienen con el corazón partido, con una sensación de incomodidad, de desesperanza, los que me tienen preguntándome constantemente si este es el país en el que quiero envejecer, si aún reconozco a la Colombia que he ayudado a construir. Nunca pensé sentir esto y lamentablemente creo no ser el único en sentir esta mezcla maldita de incomodidades que me llevan a proyectar un futuro oscuro en el que personas como yo no tenemos espacio y en el que no queremos participar.

Declaro solemnemente que desde el 7 de agosto le haré oposición al nuevo gobierno y que tendré mi pasaporte a la mano por si acaso.

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Jorge Eduardo Ávila: