Tocaimo y Chiriaimo eran dos de los tantos caciques indígenas tupes. Cada uno tenía su asentamiento a orillas de sendos ríos, que bautizaron con sus respectivos nombres. El río Chiriaimo, que recorre la población de San Diego; y el Tocaimo, que pasa por el corregimiento de su mismo nombre.
Tocaimo, situado en estribaciones de la Serranía de Perijá, pertenece al municipio de San Diego. Fue territorio edénico para el joven Leandro Diaz, a donde llegó en 1949, en compañía de su padre Abel Duarte, procedentes de Hato Nuevo (La Guajira). Leandro remó con su luz interior por el paisaje boscoso, por la caligrafía sonora de los pájaros y el viento, y en ocasiones por fiestas y parrandas de caseríos vecinos.
Las musas de la poesía y la música trenzan en su alma la sinfonía transparente del río, el perfume vegetal de la lluvia, los sueños de las amorosas conquistas y la celebración de la amistad. Su condición de invidente le permite percibir una mixtura de impresiones fecundas de sentidos distintos; por eso pudo describir la escultura de la sombra, la sonrisa de las sabanas, los secretos en la piel de una mujer y la tristeza de los árboles.
Leandro, sublime compositor del canto vallenato, sumergido en soledades meditaba las cosas materiales y espirituales, y de tanto pensarlas las transformaba en canciones. Por eso decía: “yo sólo canto, después que logro pensar”. Y en su canción ‘Soy’, lo reafirma: “Soy el hombre que compone versos/ cuando el pensamiento le trae melodías/ soy el suspiro que se lleva el viento/ soy el sentimiento de la tierra mía”.
La temática del paisaje también está presente en muchas de sus canciones. Estos breves ejemplos, ‘Yo comprendo’: Gira la memoria mía/ como las olas del viento/ y miren los elementos/ que forman la nieve fría; ‘A mí no me consuela nadie’: Se llega el día que ande en el aire/ ni nube azotada del viento; ‘El verano’: Cuando los árboles están deshojados/ no los miran, no los miran/ en ese instante sufren la honda herida/ que les produce el verano; ‘Matilde Lina’: Un medio día que estaba pensando/ en la mujer que me hace soñar/ las aguas claras del río Tocaimo/ me dieron fuerza para cantar.
El pasado 20 de febrero, el alcalde de San Diego, Carlos Mario Calderón y el poeta Pedro Olivella, con motivo del natalicio 94 del maestro Leandro Diaz, realizaron en Tocaimo un evento en homenaje a su obra musical. Inauguraron un mural y socializaron el diseño del monumento al maestro, que será ubicado en la plaza de esa población.
Desde esta columna, extiendo una respetuosa invitación al señor alcalde y autoridades culturales. Como complemento al monumento, sugiero que se cree en San Diego la ‘Escuela de música Leandro Díaz’. Las nuevas generaciones de compositores vallenatos pueden aprender del maestro Leandro, además de su sencillez y generosidad, la preceptiva literaria y musical de una canción, la poética del amor para resaltar las virtudes de la mujer, y el respeto por la naturaleza. Porque la poesía, como la sonrisa del agua, es la sempiterna primavera de la vida y de los sueños.
Por Jose Atuesta Mindiola