El poeta Diomedes Daza nace el 28 de enero de 1943 en Patillal, en una noche mimada por las sonrisas de la luna y las brisas de La Malena. Vive el tiempo candoroso de su infancia entre paisajes, trompos y cometas. En la adolescencia manifiesta su inclinación por la literatura, en la piel de los árboles enamora los versos e indaga el rostro de sus antepasados en las nubes cercanas a los cerros.
Estas vigilias reflexivas que desde la juventud transitan por la mente del poeta Diomedes, le permiten en la madurez de su creación literaria, afirmar: “Yo recojo todas las influencias que recibo de mi medio, todas las presencias que me agitan o me atemorizan, y las voy llevando al texto poético. Es mi itinerario vital, reúne y recoge toda mi biografía, las del hombre de dentro y las del hombre de fuera, las del abogado litigante y las del filósofo que reflexivamente se mira a sí mismo, mira su entorno y trata de entenderse con los demás”.
Las primeras publicaciones de sus poemas aparecen en suplementos y revistas nacionales en los años de 1970. En 1973, primer puesto en el Concurso de Poesía Cincuentenario de la Universidad Libre de Bogotá; en esta Universidad recibe el título de abogado, y en la Universidad Nacional cursa estudios de filosofía.
Después viaja a México y es incluido en dos antologías: La Novísima poesía latinoamericana (1978), y Poesía Rebelde latinoamericana (1979). Regresa a Colombia, y en la década de 1980 fija su residencia en Barranquilla y ejerce la cátedra universitaria. En 1992 y 1993 realiza estudios de posgrado de Literatura Latinoamericana en la Universidad Javeriana, y luego decide, de manera definitiva, vivir en Valledupar.
En 1995 participa como invitado especial en el Festival Internacional de Poesía, en Medellín, junto con los poetas José Emilio Pacheco, de México; Eduardo Sanguinetti, de Argentina; Víctor Rodríguez Núñez, de Cuba; y Piedad Bonet de Colombia.
De la rigurosa disciplina por más de treinta años dedicados a los maravillosos viajes de la lectura y la escritura, deja una extensa obra poética, que fue ampliamente conocida en los círculos literarios de Barranquilla y Bogotá. Entre esos libros inéditos, están: ‘Los delirios de la Purísima’ (novela), ‘Allá, el cielo se abre’ (cuentos), ‘La Ley y las culturas’ (ensayos), y de poemas: ‘Celebración del tiempo’, ‘Potros en el corazón del testigo’, ‘Asedios a la épica’ y ‘Reclamos por los árboles del Popano’, (Popano era su territorio mítico, su Macondo).
Para Diomedes, la literatura era una obsesión que compartía con el oficio de abogado y la provinciana tradición de los gallos y los caballos. Su círculo de amigos de asedios literarios en el Grupo Literario Alfarero de Valledupar, lo conocían como un poeta sustantivo, que trajo la metodología de los talleres literarios y las imaginativas esculturas de las metáforas, las asonancias de los juegos fónicos y las abisales indagaciones del ser y sus contextos vitales. Su gran amigo, el periodista Hernando Mendoza, escribió el epitafio: “Y poca gente supo que era poeta”.
“Mediante la poesía yo siento, trato de hacer un exorcismo contra la muerte, me propongo permanecer, hasta donde sea posible, a través de la expresión poética”, decía Diomedes. Pero las balas son sordas al clamor de la vida y a la voz vegetal del viento, cerraron los ojos del poeta el 3 de septiembre de 2001.
TRES POEMAS DE DIOMEDES DAZA
LINDEROS DE HÁBITAT
Al norte, dos viejos estantes,
cementerios de libros desvirtuados.
Al sur, un bravío camastro,
frecuentado por pesadillas y desvelos.
Al oriente, una cortina desportillada,
favorable a los mosquitos
y a las agresiones.
Al occidente, en una puerta
sin cerradura alardean
las intromisiones ajenas en mi vida.
El cenit, dos o tres goteras
advierten que no soy eterno.
En el nadir navegan zapatos,
y deambulan restos de los denuedos.
Aquí vivo. Escribo sobre el camastro,
y celebro el degüello de las ofrendas.
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BALIDOS
El lobo me convenció de ser oveja.
A la oveja le dije ser el lobo.
Si oigo balidos sabré que estoy muerto
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CORPORALES ll
La palabra que me distingue
de la roca y de la bestia.
La palabra que me redime
de la superpoblación y el ruido.
La palabra que devela
a Dios y al Héroe
en la penumbra y en la nada.
La palabra que me acerca al ser
y a la otra palabra.
La palabra del otro
incendiaria de monólogos.
La palabra ágrafa,
la palabra impresa.
La mínima palabra que nombra
la elusiva palabra para nombrarte.
El frágil sonido que
me hace sobreviviente.
Por José Atuesta Mindiola