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475 años y contando

Valle querido, ¡acabas de cumplir 475 años! Hoy quiero dedicarte esta columna para ensalzarte, para reconocer que bajo tu cielo mi esposa y yo fuimos muy felices, para agradecerte por la huella imborrable que dejaste en nosotros. Llegamos a conocerte en noviembre de 2018 y allí vivimos hasta abril del 2022. Una linda oportunidad laboral nos permitió disfrutar de tres años y medio muy felices, tranquilos, rodeados de gente querida. Pasan los años y aún te extrañamos.

Muchos de los que me conocen dudaban que me amañara en la costa, que quisiera quedarme en el Valle. Pero rápidamente nos enamoramos de esa tierra noble, de sus calles, de su cielo, de su río. Ver sus cañaguates florecidos, poder degustar un buen plato en ‘Compae Chipuco’, tardear los viernes en El Fortín, asistir a una que otra fiesta en el Club Valledupar, son algunos de los recuerdos que constantemente traemos a colación durante las comidas. Tu calor jamás nos hizo pasar trabajos, tu brisa -única en el mundo- siempre nos refrescó y arrulló. ¡Gracias Valle querido! 

En el Cesar tuvimos la bendición de haber pasado la época de pandemia. Sin duda fue más fácil vivir semejante reto en Valledupar, allí disfrutamos de una altísima calidad de vida, nos sacamos el premio gordo al llegar allá. Dios nos permitió rodearnos de gente maravillosa, que nos cuidó y nos quiso, de personas que seguimos extrañando, de muchos a los que les debemos por hacer de nuestro paso por allá, único e irrepetible. 

Por esa gente, por su cariño, brotan de nuestros ojos lágrimas de agradecimiento; éramos forasteros y jamás nos lo hicieron sentir. Las sonrisas de los niños, sus abrazos, el folclor, la música, los paseos al río Badillo y las tardes de sol, llenaron nuestras vidas de sabor y alegría. El Valle nos hizo mejores personas y allí pudimos escribir una excelente versión de cada uno. De alguna manera, sin estarlo, allí permanecemos.

De vez en cuando con mi esposa soñamos despiertos y estamos de acuerdo en que a ambos nos encantaría regresar. Ojalá algún día Dios y la vida nos permitan volver a recorrer sus calles, a disfrutar de un juguito helado de corozo, de otro de níspero, de un asado en alguna casa campo de amigos que vuelvan a abrirnos sus puertas para acogernos. El Valle se extraña, la distancia duele. Nos consolamos rememorando nuestro paso por allí, esos días felices que hacen parte de nuestra historia y que el paso del tiempo no ha borrado.

Diariamente revisamos las noticias del Cesar, estamos muy pendientes de lo que pasa allí. No soltamos a nuestro Valle querido. Lo bueno y lo que no lo es tanto, nos alegra o nos preocupa. Cada suceso, grande o chico, nos genera reflexión y nos envuelve en sentimientos encontrados por querer estar allí y no poder hacerlo. 

Su economía y el bienestar de su gente, temas que siempre nos convocaron durante nuestra estancia allí, siguen recibiendo nuestro interés y buenos deseos. Cada que podemos compartir con otros nuestra vida allá lo hacemos, con anécdotas y evidencias fehacientes de lo felices que fuimos.

Esta columna, que continúa siendo una realidad perenne de nuestro paso por la ‘Ciudad de los Santos Reyes’, es un bálsamo semanal que nos permite sentirnos cerca de los palos de mango, de la Plaza Alfonso López y de las almas que hoy también abrazamos. Gracias a El Pilón, a sus directivos, al equipo entero, por extenderme esta invitación para escribir una columna que me llena de orgullo y que sé que muchos leen. 

Valledupar sigue vivo en nuestros corazones y en fechas como estas, su cumpleaños cada 6 de enero, lo sentimos cerca, lo recordamos y lo honramos. No somos más que una mexicana y un cachaco, que, tras años de alejamiento, solo suspiramos por volver. ¡Vamos por otros 475 años, Valle querido!

Mientras tanto, desde hace tiempo quería manifestar que es un orgullo contar con un colega como Safady. Sus caricaturas, que nos generan reflexión y compromiso con Colombia, con el Cesar y con el Valle, son dignas de un genio del color que en este gran periódico también encontró el lugar ideal para anidar. ¡Gracias Safady!

Por: Jorge Eduardo Ávila.

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