Miguel Yanet Díaz nace en Mariangola el 29 de agosto de 1935, en el hogar de sus padres Arístides Yanet (de Patillal) y Antonia Díaz (de Mariangola). Allí crece en medio de las sabanas llenas de rebaños de ovejos y de chivos, observando el cauce de los ríos, los festivos árboles frondosos, la lejanía del verdor de los cerros, y silbaba imitado el trinar de los pájaros.
Siendo adolescente se va con su padre para Caracolicito, y comienza a rasgar las cuerdas del triple y estrena su voz como cantante. Años después decide regresar a la tierra de su nostalgia, tal vez en busca de los recuerdos de la infancia o para olvidar las cicatrices de un amor frustrado. En Mariangola muy pronto el amor vuelve a tocar las ventanas de su alma, y conoce a Isidora Marriaga, a quien halaga con serenatas con su triple, acompañado de la guitarra de Armando Mercado, y le compone la canción ‘El palo de matarratón’. Con Isidora, cariñosamente conocida como la ‘Jicho’, tuvo a Cimitrio Mijaíl y Miguel Segundo.
Ese palito de matarratón
que queda en el centro de las sabanas,
ahí fue donde conocí el amor
y empecé a quererlo con toda el alma.
En una parranda, el 11 de noviembre de 1962, canta por primera vez con Ovidio Granados, y muy pronto se convierte en la voz líder del conjunto, que hacía pocos meses Luciano Gullo Fragoso y Rafael Mojica, en la ‘Fiesta del mar’ de Santa Marta, habían bautizado como los Playoneros del Cesar, ante la solicitud de un locutor para anunciar su intervención musical. En 1967 a los Playoneros se une Rafael Sánchez y graban su primer disco de larga duración en RCA-Víctor, y después en Sello Fuentes tres discos sencillos y dos de larga duración; sus canciones más escuchadas son ‘Campesina ibaguereña’, ‘Penas negras’, ‘El Cachaquito’, ‘El Mal Herido’, ‘La Muerte de Moralito’, ‘El puente de Mariangola’, ‘Sólo por quererte’ y ‘La Bogotana’.
La canción que identifica a Los Playoneros es ‘El Cachaquito’, la gran metáfora de la vida musical de Miguel Yanet, quien fue un artista privilegiado, porque además de su original y melodiosa voz, tenía talento para la composición típica vallenata; fue un paisajista del canto y un narrador picaresco.
Con ‘El Cachaquito’ se canta por primera vez, con su sutileza, a la dudosa paternidad. No hay en sus versos ningún asomo de ofensa ni de irrespeto, sino un humor creativo, de reclamo por la supuesta infidelidad.
A quien se te parece a ti ese cachaquito,
verdad que no parece hijo de un vallenato,
Dios que me perdone lo malo que digo
pero yo no soy el padre de ese cachaquito.
Digo supuesta infidelidad, porque esta es la historia real de la canción. Elodia Torres Betín, una hermosa mujer mariangolera, trabajaba en Valledupar, y a finales de 1966 hace pareja con el joven Darío Maestre Guerra, pero este en marzo de 1967 fue reclutado para prestar el servicio militar en la ciudad de Santa Marta. La única razón que lo eximía de esta obligación era que estuviera casado, pero como vivía en unión libre tuvo que irse, y se fue pensando en el hijo que había dejado en el vientre de su compañera.
Elodia al verse sola en Valledupar, y por su estado de gestación, regresa a su casa materna en Mariangola; el paisano Hugo Granados empieza a cortejarla y se unen en pareja. El 3 de septiembre de 1967 da a luz a un niño, que sería bautizado con el nombre de Enielsen Torres, de color blanco, muy parecido a su padre biológico. Los amigos de parrandas de Hugo, entre ellos el cantautor Miguel Yanet Díaz, llegaron a conocer al recién nacido y en broma comentaron: parece un cachaquito.
En 1968, Miguel Yanet y Ovidio Granados con su conjunto Los Playoneros estaban de moda, habían obtenido el segundo lugar en el Primer Festival Vallenato, y el 16 de mayo de 1968, después de cumplir compromisos musicales por varias ciudades de la costa, Miguel llega a Mariangola y recibe la dolorosa noticia de la muerte de su madre, provocada por la mordedura de una serpiente; entonces escribe ‘Recuerdos tristes’, una pieza memorable; la melodía y la letra son un verdadero lamento, una elegía.
Cuando yo llegué a mi rancho
sentí un grande desconsuelo,
mi gente estaba llorando
y mi madre estaba en el cielo.
La muerte estuvo rondando en sus canciones. Es una constante en todo hombre romántico, sentir la muerte por la ausencia de la mujer amada o por la negación del amor deseado, así lo expresa en su canción ‘20 años’.
Cuando yo recuerdo el bello néctar de tus labios
se entristece el alma y me obliga el corazón
trato de buscarte, pero en vano no te hallo
porque tú te fuiste ni el hielo que besa el sol.
Te llevaste el alma mi amor y mis sentimientos
pa´ seguirte amando quizás no voy a vivir
no siento nostalgia ni cariño ni desprecio
Yo sé que la muerte muy pronto vendrá por mí.
En esta composición hay un verso hermoso, original y melodioso: “Te fuiste ni el hielo que besa el sol”. Es un símil perfecto, que sintetiza la ausencia fugaz del amor que alimenta la melancolía.
Desafortunadamente para el folclor vallenato, el conjunto Los Playoneros se desintegró por falta de organización empresarial. Miguel se va para Valledupar, se olvida temporalmente del canto; se dedica a administrar tres parqueaderos y forma un nuevo hogar con Isabel Escobar y nacen Yaris, Danis y Chais. Comienza a padecer serios quebrantos de salud y como una premonición escribe, quizás su última canción, ‘La Figura Macabra’.
Nunca pude imaginar que un hombre podía llegar
a requebrar como un niño viendo la muerte cerquita
esa figura macabra no se aparta de mi vista
y en una de sus visitas dijo que me iba a llevar.
Enfermo viaja para Medellín y murió el 10 de abril de 1976; allá lo sepultaron, lejos de su tierra Mariangola donde soñaba una fosa, cerca de la tumba de su madre Antonia Díaz.