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3 estrellas manchadas

Terminó un mundial de fútbol para el olvido. Como ustedes saben soy amante del fútbol, accionista en 2 clubes que adoro y recurrente espectador de partidos en vivo a donde quiera que voy. Mi vida tiene en el fútbol un aliciente y partido que me interesa, partido que me veo.

Catar 2022 quedará para mí como el peor mundial de fútbol que he visto. Es que lo que empieza mal termina mal. Para nadie es un secreto que la familia Al Thani, que gobierna Catar desde hace varias generaciones, compró a la FIFA el derecho de ser anfitrión de este mundial. Los escándalos generados por ese hecho tienen a varios líderes del fútbol en la cárcel. Muchos de ellos recibieron coimas y votaron a favor de Catar como sede. Como lo reseñamos en una columna de hace unas semanas, la comunidad homosexual no pudo mostrarse tal cual es, fueron callados y maltratados sistemáticamente durante el mes del torneo. Ni siquiera las selecciones nacionales que apoyan abiertamente la igualdad de géneros se escaparon de amenazas y sanciones en las que también la FIFA tomó parte. La cerveza brilló por su ausencia; aunque no la consumo porque la gota que sufro no me lo permite, he estado en muchos partidos de fútbol en diferentes países de Europa donde anima y hace parte del entorno futbolero sin generar problemas ni conflictos. El mundial estuvo lejos de ser lo que ha sido: una fiesta que une al planeta, fiesta que muchos esperamos durante 4 largos años para, como me sucedió esta vez, padecerla.

Es obvio que el hecho de que Colombia no hubiera clasificado a Catar desinflaba el ambiente en nosotros. Pero el mundial hay que verlo, disfrutarlo, sentirlo, gozarlo, así no hayamos clasificado. Esperaba mucho de selecciones que terminaron siendo un fiasco: Bélgica, Países Bajos, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Uruguay, México, quedaron debiendo. Hasta la campeona del mundo, Argentina, hizo un flojo mundial, empujada a la última instancia por una estructura perversa orquestada por FIFA para quedarse con el título. Esto no es casualidad. Los 3 mundiales de Argentina están manchados. En el de 1978, el de Kempes, se dice que Videla, dictador para esa época y que tenía la popularidad por el suelo, compró el título y si no, sólo basta recordar que una muy buena selección Perú debía perder con Argentina por goleada ya que Brasil había derrotado a Polonia 3 a 1. Argentina ya jugaba con el resultado de la verdeamarela y se dio un banquete que terminó 6 a 0, luego de, según dicen, pagarle 50 millones de dólares a los peruanos, quienes, con los bolsillos llenos, no opusieron resistencia.

En 1986, en México, aquel mundial que por obra de don Alfonso Senior debió organizar Colombia, Argentina avanzó gracias al más famoso gol de Maradona, el de la “mano de Dios”. El contexto de ese gol fue el siguiente: en el Estadio Azteca se enfrentaban Argentina e Inglaterra para definir cuál de ellos pasaría a la semifinal. Un gol de Maradona con la mano, abiertamente ilegal, le dio el paso a la semifinal y a la postre, fue campeona al derrotar a Alemania 3 a 2.

Y en Catar 2022 Argentina, de juego pobre pero con garra -así ha sido en el último tiempo teniendo unas individualidades estelares- cabalgó el torneo sin mostrar nada del otro mundo. No mereció pasar de la primera ronda pero a punta de penaltis “raros” y con unas descaradas ganas de que Messi ganara un mundial, llegó a la final y la ganó. A Romero lo debían haber expulsado contra Francia pero no pasó nada. Lo único peor que su fútbol fueron los periodistas que se vendieron en elogios falsos a una selección que poco hizo y a la actitud de su arquero -mal tipo y pésimo ejemplo-, y de otros jugadores como De Paul y Agüero que se burlaron de Francia de diferentes maneras. Dio pena ver a Messi, disfrazado de catarí, levantar la copa mundo con esa bata “elegante” que en occidente parece más una levantadora.

Sólo rescato de Catar 2022 sus estadios, más no el proceso de construcción de cada uno, que, según parece, dejó varios muertos. Mundial y campeón mundial, para el olvido. Ojalá el 2026 nos devuelva al fútbol honesto y bien jugado.

Por Jorge Eduardo Ávila

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