Por Carlos Meneses Sánchez
Chapecó (Brasil), 30 nov (EFE).- La afición del Chapecoense transformó anoche la tristeza por haber perdido a la mayoría de sus futbolistas en un accidente de avión en orgullo a través de una vigilia llena de esperanza celebrada en el estadio Arena Condá, la casa de este modesto equipo brasileño.
El acto se produjo a la misma hora a la que estaba previsto el duelo entre el Chapecoense y el Atlético Nacional, correspondiente al partido de ida de la final de la Copa Sudamericana, el cual se iba a celebrar en Medellín.
“Con mucho orgullo, con mucho amor” o “este sentimiento nunca va a parar” fueron algunos de los gritos entonados en comunión que unieron a una afición todavía en estado de shock por el trágico suceso, pero que sacó fuerzas para llenar por completo el estadio, con capacidad para unas 19.000 personas.
La noche del lunes, el avión de la compañía boliviana Lamia, que llevaba a bordo a 77 personas, se estrelló a pocos kilómetros del aeropuerto José María Córdova, ubicado en una localidad cercana a Medellín, donde hoy también se rindió homenaje a los fallecidos.
De las 71 víctimas mortales registradas, 19 eran jugadores de la primera plantilla del Chapecoense, además de un gran número de directivos y prácticamente la totalidad de todo el cuerpo técnico encabezado por el entrenador Caio Júnior.
Las escenas de desconsuelo de los primeros días se transformaron en una celebración orquestada por las barras, como si de la previa de una gran final se tratara, donde no faltó el gran despliegue de una enorme camiseta con los colores del “Huracán del Oeste”, apodo que recibe el equipo, en uno de los costados del estadio.
El clima de emoción sobrepasó a varios de los jugadores que por diversos motivos no se subió a ese avión, así ocurrió con el portero Nivaldo, el defensa Rafael Lima o el atacante Alejandro Martinuccio, quienes estuvieron escoltados por los canteranos del equipo durante el acto.
Los jóvenes de las categorías inferiores, en un estado de completo entusiasmo, mostraron una entereza inaudita para su corta edad, conscientes quizá de que son, ahora más que nunca, el futuro inmediato del Chapecoense.
Los futbolistas del primer equipo y la cantera recorrieron todo el perímetro del Arena Condá, mientras las gradas les vitoreaban y cantaban “Olé, olé, olé, Chape, Chape”.
Los seguidores del finalista de la Sudamericana no pararon de cantar ni un instante, salvo cuando la organización del club emitió unos videos cuya banda sonora era el tema “Knockin’ on Heaven’s Door”, en un estadio que en esos momentos se quedó a oscuras, solo iluminado por las pantallas de los teléfonos de los allí presentes.
Algunos hinchas encendieron después bengalas mientras se dejaban la garganta al ritmo de los himnos del “Chape”, cánticos que se mezclaron con aplausos improvisados cada vez que pasaba la mascota del equipo, un niño de unos siete años ataviado con un tocado de plumas indígena.
En el círculo central del terreno de juego se colocaron un altar y unas decenas de sillas reservadas para amigos y familiares de las víctimas, donde se celebró una misa en recuerdo de los futbolistas.
Hasta el sacerdote se animó a azuzar a las gradas al cantar uno de los gritos de guerra del “Chape”.
Otro momento de gran impresión fue cuando en los videomarcadores se pasó la fotografía de todos los fallecidos, nadie pudo contener lágrimas ni tampoco parar de aplaudir para terminar diciendo: “Es campeón, es campeón”.
El suceso ha afectado la vida general de Chapecó, ciudad de unos 200.000 habitantes en el estado de Santa Catarina, al sur de Brasil, pues entre la población y los futbolistas existía un fuerte vínculo de cercanía, algo extraño en el mundo del fútbol.
Las voces de los vecinos de Chapecó no solo se fundieron en la distancia con las del estadio Atanasio Girardot de Medellín, también con la de otras aficiones de otras partes del mundo, como la del París Saint-Germain que cantó en Francia: “Vamos, vamos, Chape”.