El año pasado hubo una ruptura nacional en las formas y principios para conducir el Estado; fue un cambio de 360° que los perdedores y la misma institucionalidad aún no han asimilado; muchos de los fenómenos que antes ocurrían, como la muerte de líderes sociales, sigue pasando, las fuerzas oscuras, que son de variada etiología, están vivas; varios caballos de Troya han entrado al gobierno, muchos contratos leoninos y elefantes blancos siguen apareciendo, desde el fondo de la alcantarilla de la administración pública encontrada se percibe un mal olor.
El proceso de decantación y tamización es más lento de lo que uno quisiera. A nivel de regiones y localidades todo sigue igual, en el festín de las ratas no hay un solo gato que las espante. Y, si no se producen cambios en la periferia, las grandes transformaciones no se darán, el pasado ignominioso seguirá dominando el futuro.
Las buenas costumbres deben aparecer y la ética, si alguna vez la hubo, deberá resucitar; como decía el apóstol Pablo, “sin resurrección nuestra fe está perdida”. Las oportunidades están brindadas, en octubre próximo se deben producir los cambios necesarios para que la verdadera transformación, paralela y complementaria a la del Gobierno central, sea posible y duradera; en la periferia debe originarse una fuerza envolvente y centrípeta que ayude a consolidar los esfuerzos del Gobierno nacional. Para ello, el presidente Petro, con el carácter y propósito necesarios, deberá apuntalar y templar los alambres que delimiten para siempre las fronteras entre el pasado y el futuro. En el caso regional nuestro, los indicadores nos dicen que en los últimos 54 años de vida departamental no hemos avanzado en lo cuantitativo y en lo cualitativo hemos retrocedido, vivimos una soñolienta estática, pero sin equilibrio, nuestros 25 municipios hoy son más pobres que antes y sus necesidades son más apremiantes. Nos han acostumbrado a vivir del reflector de las bonanzas: la arrocera, la algodonera, la marimbera, la minera y transversalmente de la folclórica, pero los resultados de bienestar no se ven ni se sienten; puro espejismo, algo malo está pasando y hay que revisar.
Los problemas siguen intactos y son tan evidentes pese a billonarias inversiones, ya del presupuesto, ya de las regalías; muchas obras son elefantes blancos y los problemas permanecen sin resolver. Aparecerán falsos profetas diciendo que lo harán, ofrecerán el oro y el moro, la retórica será el centro de los discursos de la mayoría de los candidatos; el primer gesto de muchos de ellos será mostrar la chequera y los padrinos que los respaldarían, ese es el paradigma para poder triunfar electoralmente; ellos saben que, ante un pueblo hambriento y sin empleo, el poderío intimida y hace sumiso al elector que no tenga claridad política y se conforme con un mendrugo electoral. Muchos de ellos vienen de las viejas castas político-electoreras, beneficiarios sin méritos ligados a los corruptos gobiernos anteriores, convencidos de que haber ocupado algunas posiciones son suficientes para postularse como alcaldes y gobernadores. Curiosamente, muchos electores solo se preguntarán quién respalda a tal candidato, no les preocupa qué propone ni su trayectoria en el campo de las realizaciones concretas y de la decencia. Ojalá haya un abanico de buenos aspirantes, pero hay que descartar a los farsantes. No hay que dejarse engañar; “que se abran las mil escuelas y florezcan las mil flores”, como diría Mao, pero ni todas las escuelas enseñan ni todas las flores dan frutos, hay que distinguir entre el trigo y la cizaña, la parábola del sembrador no ha perdido vigencia. ¿A este perro, lo volverán a capar? El progresismo debe organizarse y desprenderse de egos grupales y personales, condición sine qua non para triunfar; deberá escogerse un procedimiento idóneo de selección de un candidato con posibilidades de triunfo; la unidad es fundamental, los votos están, lo demostramos en los comicios pasados con Petro. Esa es la línea para defender.
Por Luis Napoleón de Armas P.