Por: Raúl Bermúdez Márquez
Difícil para un columnista resistir la tentación de hacer el balance del año que termina, más aún cuando su opinión se publica precisamente el 31 de diciembre. Si para tal propósito se recurre al método deductivo –partir de lo general hacia lo particular-, es preciso comenzar por el acontecer global y reconocer que la tragedia fue el signo predominante.
El terremoto de Haití el 12 de enero de una magnitud de 7 grados, con epicentro a 15 km de Puerto Príncipe, dejó más de 200 mil muertos, un número indeterminado de heridos y la destrucción literal del 80% del más pobre y sufrido país caribeño. Un mes y medio después, el 27 de febrero, fue Chile el que sufrió las consecuencias de otro devastador terremoto de 8.8 grados de intensidad, el quinto más fuerte de la historia, dejando cientos de muertos y heridos e incuantificables daños materiales.
El 7 de marzo en Turquía, un fuerte sismo de una magnitud de 5,9 grados, produce medio centenar de muertos. El 6 de abril, en el estado de Río de Janeiro, Brasil, una lluvia diluvial alcanza 288 mm de agua caída en 24 horas provocando inundaciones y aludes de barro con un saldo de más de doscientos muertos. El 15 de abril sorprende la erupción del volcán Eyjafjalla (Islandia) colapsando todo el tráfico aéreo del continente europeo. Como consecuencia, los aeropuertos de Reino Unido, Dinamarca, Bélgica, Países Bajos, Noruega, Suecia, Finlandia, Francia, Alemania y los países Bálticos cerraron su espacio aéreo al tráfico de aviones. Las tragedias no fueron obra exclusiva de la madre naturaleza.
En el Golfo de México, el 22 del mismo mes de abril, la planta Deepwater Horizon de la BP se hunde luego de un incendio de dos días, iniciando uno de los derrames petroleros en mar abierto de consecuencias más funestas de la historia. Algunas desgracias escaparon a su propio destino convirtiéndose en odiseas que terminaron con un final feliz. Este fue el caso del drama vivido por 33 mineros en Chile que tuvo en vilo al mundo por más de dos meses antes del increíble rescate digno de una película de ficción.
El año culmina con terribles inundaciones en Colombia y en Australia, con precipitaciones de nieve en Nueva York que llevan el mercurio del termómetro bajo cero y con una ola de intenso calor en Argentina que sube la temperatura por encima de 40 grados Celsius. El clima se volvió drástico e impredecible como consecuencia del calentamiento global y como anotara alguien, en algún escrito, “Dios perdona siempre, el ser humano algunas veces, pero la naturaleza, nunca”. El 2010 sacó a relucir además, todas las falencias estructurales que existen en la economía europea. Desde Grecia hasta Irlanda, el sistema económico vivió una crisis de deuda que puso en tela de juicio la solidez de la UE. La diplomacia del mundo también quedó en entredicho con el escándalo de Wikileaks: una revelación de cables del Gobierno de los Estados Unidos dejó ver en todo su esplendor el papel de gendarme mundial del país del norte y el delicado equilibrio de poder en el mundo.
Por otra parte, la crisis a nivel institucional que más dio de qué hablar fue la del escándalo de pedofilia en el interior de la Iglesia Católica. Al Vaticano le correspondió la difícil tarea de afrontar una polvareda de dimensiones insospechadas que terminó por proponer una encrucijada entre fe, justicia y verdad. Además de los sucesos enunciados, son muchos los que hicieron historia este año. La trágica muerte del presidente polaco Lech Kaczynski, o el premio Nobel de literatura entregado por la Academia Sueca, al escritor peruano Mario Vargas Llosa son ejemplos relevantes.
Lo cierto, es que el 2010 pasará a la historia como un año de contrastes en donde se mezclaron el drama y el conflicto de desgracias y crisis con la euforia y la innovación de eventos deportivos, como el Mundial de Suráfrica y los avances tecnológicos, como la aparición del iPad de Apple. Al final, no es inexacto decir que el 2010 será un año de recordaciones, ya sea para bien, o para mal. En próxima entrega intentaré un ejercicio similar referido a lo particular, es decir, al país y a la región.
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