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@antoniomariaA
Soy poco dado a recepciones sociales y menos a convertirlas en temas de mis columnas, pero la celebración de los 20 años de la Sociedad de Oncología y Hematología del Cesar, SOHEC, logró despertar en mí algunos sentimientos que no tuvieron una vía de escape diferente a estas líneas.
Allí escuché con mucha atención algunos testimonios ponderando la importancia que en esa entidad le dan al ser humano, no hablaban del usuario dueño de un código en una irresponsable aseguradora, al que el indolente sistema de salud colombiano evita brindarle un servicio médico; percibí el profesionalismo y esmero con que un comprometido equipo médico liderado por los doctores Raimundo Manneh y Germán Morón desafían a la muerte, mediante el acertado diagnóstico y oportuno tratamiento de una enfermedad tan sensible a mi familia, como es el cáncer.
Confieso que no tuve otra opción sino sentirme orgulloso de ese amigo de infancia, de ‘Germancito’ como le decimos la camarilla de la época, del hoy científico nacido de las calles pedregosas donde intentábamos jugar fútbol en La Paz, del amigo de parrandas cuando con escasos recursos económicos nos asegurábamos de compartirlos para comprar unas pocas cervezas y evitar acostarnos sin alegrar con algo de licor las noches veraniegas de diciembre, del romántico mártir de amores imposibles y protagonista de tantas anécdotas juveniles, imposibles de narrarlas por el espacio.
Pensé en lo feliz que estuviera su padre, el médico Germán Morón Mieles, un buen hombre formado académicamente en Argentina y colonizado hasta sus últimos días por el acento rioplatense, insigne lector, amigo de los amigos de sus hijos y su defensor frente a reclamos de abuelas celosas y pilatunas juveniles. Lástima que la rutina médica le impidió disfrutar la acertada decisión de orientar su esfuerzo hacia México, país escogido para educar profesionalmente a sus hijos Germán, Carolina y Víctor Raúl.
Imposible no recordar hoy esas largas conversaciones, llenas de orgullo y del deber cumplido que le servían de compañía ante la ausencia de los futuros profesionales.
Sus amigos de la ‘cuadra’, Antonio Felipe mi hermano, Robert y ‘Caco’ Araújo, Jorge Gamarra, Rafael Villamizar, Álvaro José Daza y demás niños que nos hicimos hombres en medio de sanas peleas con los de los otros barrios, muy seguramente estarán pensando lo mismo que yo, porque a pesar de que cada uno hemos podido emprender misiones con mayor o menor nivel de relevancia, la hipocrática lucha a favor de la vida siempre tendrá un especial reconocimiento.
Por esto, sus vecinos de siempre y familiares confiamos en que ‘Germancito’, al lado de Raimundo Manneh, el médico que le arrebata sonrisas al desaliento de una enfermedad terminal, siga procurando salud a pacientes sin distingos de origen, revistiendo de humanidad la tecnología de punta y los medicamentos que la ciencia ha perfeccionado, para que Valledupar sea considerada cada día más como un centro de vida. Feliz Navidad. Un abrazo.