Todavía recuerdo esa gira, a comienzos de los años ochenta, en la que conocí a Luis Carlos Galán, podía tener escasos 10 años cuando mi padre, galanista a ultranza, lo recibió en La Guajira, esa Guajira que hoy sigue abandonada por el Estado y sufriendo por la mala leche de los políticos locales; y por la cual, Galán tenía un profundo aprecio.
A pesar de ser un pelao al que poco le interesaban estos temas, me aburrían esos discursos en plazas públicas, me llamó especial atención la figura de Galán, lo veía sudar mucho y su piel enrojecida por el inclemente sol guajiro. “Jesús, definitivamente La Guajira tiene que ser la puerta del desarrollo de Colombia, tiene todo para serlo”, repetía incesantemente cuando viajábamos en una Toyota de color amarillo junto a Rodrigo Lara Bonilla, que también hacía parte de la delegación del Nuevo Liberalismo.
Recorrimos caminos polvorientos, desde Riohacha hacia el sur, donde estaban proyectadas varias intervenciones; al llegar a Fonseca, mi abuela “Tota” lo recibió en su casa con chivo guisado y luego de un mitin en plena vía principal, seguimos hasta San Juan y Villanueva, fue en unos de estos pueblos donde le escuché una frase que se grabó en mi memoria: “Se puede matar a los hombres, pero no las ideas”, ya surgían las primeras amenazas, el narcotráfico comenzaba a enquistarse en la médula del país y el arrollador liderazgo de Galán se hacía incómodo para muchos, hasta en el mismo establecimiento.
A pesar del largo viaje, los extensos discursos, los abrazos con la gente, ahí seguía el líder, no le daba paso a la fatiga, sabía que si quería ganar, tenía que continuar despertando al electorado.
Casi a la medianoche mi papá me dijo: “Dele la mano al doctor Galán, que se va”, recuerdo que él me agarró la cabeza y se despidió “Adiós muchacho, usted tiene que ser como su papá” y abordó otro carro que lo llevaría a Valledupar, donde lo esperaba Julio Villazón Baquero para seguir su recorrido por el Cesar.
El partido Liberal perdió las elecciones ante Belisario Betancourt, quien resultó ser un presidente con poca autoridad y muy condescendiente con la guerrilla; otro hubiese sido el rumbo de Colombia, si la convención liberal no hubiera cerrado las puertas al debate entre Galán y el candidato elegido, Alfonso López Michelsen, que representaba el pasado, la política centralista, las maquinarias manejada por los caciques de la época.
Galán era todo lo contrario, un verdadero líder carismático que transformó el discurso político para llegar a la gente; nunca tuvo miedo, era de esos políticos de raza que creía en un mejor país, libre de mafias; una Colombia distinta, sin el manejo politiquero; un hombre cálido y muy buen orador que se atrevió a crear una disidencia.
En 1982 logró la nada despreciable suma de 746.024 votos, base de un movimiento de políticos decentes, truncado aquel 18 de agosto de 1989 en Soacha por las balas asesinas de Pablo Escobar, que lo veía como una piedra en el zapato. Galán dejó una huella que ninguno de sus hijos ha seguido, por el contrario, han empañado su memoria, siguiendo como borregos a un gobierno politiquero y clientelista como el de Juan Manuel Santos. Galán se fue pero quedaron sus ideas, como le escuché en aquel discurso.
“No hay democracia si no se entiende la Nación como una misión colectiva, un compromiso de todos”. Luis Carlos Galán.