En 1968, Valledupar, con El Banco, Fundación y Ciénaga, eran pueblos que competían en importancia, cada uno con sus respectivos potenciales económicos y políticos, pero con precarias infraestructuras sociales, culturales y viales, y Valledupar era el más alejado de las posibilidades de desarrollo por su lejanía de la capital Santa Marta, donde se concentraba el progreso y donde se centraba la política, pese a su potencial agropecuario. Valledupar llegó a ser capital algodonera y arrocera del país, y con una ganadería para mostrar; era una época de gran movilidad humana y financiera que se atascaba por sus pésimas vías que le cerraban sus mercados; a esto se agregaba el marginamiento que los samarios le imponían a lo que ellos llamaban “La Provincia”, una especie de estirpe de tercera categoría que nos imponían y que nos limitaba en nuestra autonomía y progreso. Pero la emancipación se gestaba en una pléyade de jóvenes y visionarios vallenatoscomo Crispín Villazón de Armas, Aníbal Martínez Zuleta, José Antonio Murgas, Alfonso Araujo Cotes y muchos más tan importantes como los anteriores, izaron la bandera de la separación y constitución de un nuevo ente territorial con capital Valledupar. La tarea no fue fácil, cercenarle al Magdalena parte de su feudo electoral, supuso una tarea ardua ante el poder central, dentro del cual jugó un papel decisorio el doctor Alfonso López Michelsen, primer gobernador del nuevo ente departamental. El anticipo que hizo el senador José Ignacio Vives, político magdalenense, de conseguir la creación del departamento de La Guajira fue un tiro de morcillera a las aspiraciones vallenatas por cuanto se llevó parte de los territorios que hipotéticamente podrían ser parte de nuestro departamento, ya por su identidad cultural, etnológica y geográfica, ya por compartir unos territorios siameses. La Baja Guajira siempre hizo parte de nuestras vivencias. Al fin, pudimos cantar gloria. Desde entonces, este es un departamento encanto que ha venido creciendo demográficamente a tasas interanuales superiores a los de cualquier otro departamento, pero su economía se detuvo como consecuencia de la debacle del algodón que dejó más atraso que progreso; sin embargo, hemos avanzado más, en estos 45 años, que en toda la vida del viejo Magdalena, del cual conservamos algunos vicios politiqueros. La verdad es que el Cesar, pese a su semillero cultural que lo muestra por todo el mundo, no tiene hoy una clase dirigente proactiva como la de sus fundadores, tal vez, por las fuertes corrientes inmigratorias que han llegado a la región, no paraaportar sino para buscar; quizás esa gente no sienta la vallenatía y la pertenencia que tuvieron los primeros; nuestra economía no ha podido sobreponerse a los golpes recibidos por el sector primario y, sin solución de continuidad, no ha podido convertir en fortalezas esas debilidades; solo aportamos el 1.86% del PIB nacional, pese a los ingentes recursos que mueve la minería. Los bajos esfuerzos por formar una élite con alto contenido académico, en línea de frontera del conocimiento, ha mantenido en letargo nuestro desarrollo posterior a los primeros días de efervescencia; nuestros niveles en educación básica primaria y secundaria están al garete sin que asome una propuesta sabia. Los indicadores en salud dejan mucho que desear. En equidad, según registros Gini, no avanzamos. Por supuesto, estamos mucho mejor que antes, le ganamos a nuestros competidores iniciales, pero es hora de hacer algunas reflexiones para enrutar el camino en los próximos 20 años; es una tarea de todos y para todos. Tenemos con qué y hay que festejar esta fecha con gran complacencia.