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“Chuzadas”

Por Luis Augusto González Pimienta

Están de moda las interceptaciones telefónicas conocidas en Colombia como “chuzadas”, término inexistente en lengua castellana, en donde sí aparece el verbo chuzar con el significado de pinchar, punzar, herir. Es probable que de allí derive su existencia el vocablo, por la acción física de las viejas policías secretas que introducían o pinchaban con clavijas los sistemas de telefonía, para escuchar las conversaciones del enemigo. Modernamente se emplean para el mismo fin las antenas parabólicas fijas y móviles.

En los días que corren estar chuzado confiere estatus. Ya no basta con tener guardaespaldas y carro blindado para darse importancia, sino que es preciso denunciar un rastreo telefónico para confirmar esa importancia. El ego de los chuzados se acrecienta cuando los periódicos y las revistas dan cuenta del hecho. De manera que todo el mundo corre a denunciar la interceptación para sentirse ilustre, aunque la misma proceda de “fuego amigo”. Como decía un viejo político que se las traía, “Hay que sonar, sin importar en qué forma”.

El espionaje ha existido desde siempre. En la Inquisición fue frecuente para llevar a los herejes a la hoguera. Se dice que el servicio secreto de Simón Bolívar estaba liderado por doña Manuelita Sáenz, experta en obtener información fraudulenta. La figura real de Mata Hari y la ficticia de James Bond, son símbolos del espionaje. El caso Watergate, que concluyó con la renuncia del presidente Richard Nixon, también es emblemático. Y como los anteriores un sinfín de ejemplos que comprueban que el espionaje es un eficaz método para conocer lo que piensan y deciden tanto los amigos como los enemigos.

Las herramientas de que se sirve el espionaje son diversas, pues a la par con las interceptaciones existen  los seguimientos, las tretas y los montajes. Ha sido dicho que en la guerra todo se vale, aforismo que los rivales rechazan cuando se sientan  a conversar o a firmar un armisticio, momento en el cual niegan la existencia de esos artilugios.

En el caso colombiano es usual que los implicados desmientan su participación en las “chuzadas”. Nadie sale responsable, así rueden cabezas. Un personaje de la política dijo en un reportaje que los “chuzadores” se aseguran la impunidad chuzando a quienes dan la orden. De esa manera el cazador termina cazado, o por lo menos, maniatado.

La interceptación telefónica subrepticia no es un instrumento válido para probar lo que queda consignado en las grabaciones. Mucho menos cuando hay interferencias sonoras que las hagan inaudibles, o cuando se borran parcialmente los registros magnetofónicos o se editan. En cambio, las grabaciones son útiles para crear expectativas, para vender periódicos y revistas, para alimentar el morbo público y para llevar certeza a quien ordenó rastrear a otro, de que lo grabado es cierto.

Que no se crean los traviesos, distraídos en andanzas mundanas, que pueden brincar de la felicidad porque ante la justicia no valgan las grabaciones logradas sin orden judicial, pues si bien sus mujeres no podrán servirse de ellas para sustentar sus reproches de infidelidad, siempre los condenarán. Recuerden que una es la verdad para la justicia y muy otra la de las mujeres. Una vez descubiertos por sus consortes se pueden ir olvidando de la ley y de la justicia. La única ley de las féminas es el convencimiento personal sin importar que para llegar a él se valgan de las “chuzadas”. Y la única justicia, la que ellas imparten.

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