Otra vez el invierno vuelve a ser noticia en Colombia. Parece increíble, pero el país todavía no ha acabado de afrontar la ola invernal del segundo semestre del año pasado, cuando ya estamos enfrentando una igual o peor…
Según los registros que lleva el Ideam, las lluvias han estado muy por encima de lo normal en lo que va del año y los pronósticos no son nada halagadores. Ante estos fenómenos naturales es poco lo que se puede hacer para evitarlos, pero si es mucho lo que se debió hacer y no se hizo, y lo que se tendrá que hacer para que, en el futuro, los daños, principalmente en vidas humanas, sean cada vez menores.
El invierno del segundo semestre del año pasado demostró la falta de coordinación que frente al tema tiene el gobierno nacional con los gobiernos departamentales y locales: no existe, en realidad, ningún sistema de prevención y atención de desastres, lo que existe es una colcha de retazos y las distintas entidades del Estado que lo conforman – y también los gobiernos locales- actúan de manera independiente y aislada frente del gobierno central.
Y sin desconocer los esfuerzos del Presidente Juan Manuel Santos Calderón y su equipo, incluyendo el nombramiento de un gerente especial para el tema, Jorge Restrepo Londoño, ha sido descoordinada e ineficiente la forma en que el Estado ha manejado, tradicionalmente, este recurrente problema.
La dura realidad es que el invierno, año tras año, causado estragos en el país, ya que detrás del mismo, además del daño a cultivos, ganados, carreteras y caminos de vereda, está el problema de la extrema pobreza, la deficiente infraestructura que tenemos y el tema de la corrupción que nos carcome por todas partes y a todos los niveles.
En las grandes ciudades los barrios marginales siguen creciendo, sin ningún control y – por el contrario- auspiciados por el clientelismo y la corrupción. Lo mismo sucede en muchas poblaciones intermedias y pequeñas, en distintas regiones del país, donde la gente más pobre se sigue asentando en las orillas de los ríos, en muchos casos debido a que no tienen ninguna otra opción de vivienda.
En vista de las circunstancias, como bien lo ha advertido el Presidente Santos, lo más importante es preservar la vida de las personas que están en riesgo y en este sentido es mucho lo que se puede hacer con el sistema de alertas, por medio de sirenas, alarmas, luces, inclusive los teléfonos celulares en los punto donde crecen los principales ríos.
En el caso del Magdalena y el Cauca, es evidente el fracaso del país para canalizar y utilizar estos dos grandes afluentes para la navegación y también para impedir los estragos que causan, a su paso, cada vez que se presentan las crecientes. Se creó hasta una Corporación para manejar el Río Magdalena, pero la misma, por lo visto, ha fracasado estruendosamente.
En este caso, tienen mucha culpa, también, los alcaldes municipales por no realizar de manera oportuna y adecuada los muros de contención, canales y otras formas de contener las aguas.
El recrudecimiento de la ola invernal coincide con la Semana Santa, época que muchos aprovechan para viajar de vacaciones. Sin embargo, en esta oportunidad es mejor extremar las precauciones y atender todas las recomendaciones de la Policía de Carreteras, como no viajar de noche, evitar movilizarse si está lloviendo y – en todo caso- hacerlo a una velocidad prudente y en estado de máxima alerta.
Esperemos que en este invierno funcione de manera efectiva el famoso Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres, los Comités Locales y Regionales de Atención, y las demás instituciones que tienen una gran responsabilidad en este delicado tema. Igualmente, es menester de las comunidades que están en zonas de riesgo, atender el llamado de las autoridades y reubicarse a zonas más seguras, con el fin de evitar tragedias mayores a las que ya se han presentado. De todas formas, no hay derecho a que un país con los recursos de Colombia tenga que vivir, año tras año, la tragedia del invierno y no se hagan las obras que se requieren para evitar que siempre suceda lo mismo.